De vocación Maestra
* Desde hace más de tres décadas, es la propietaria de «El Jardin de Pecotita», un clásico nuevejuliense como jardín maternal.
* Con gran dedicación y entrega, ha acompañado en su formación inicial a tres generaciones de niños nuevejulienses, quienes han encontrado en su Jardín, amor, ternura y un espacio para jugar y aprender.
* Maestra de gran vocación, encontró su camino profesional después de haber ingresado al Instituto de Formación Docente.
* Su Jardín es hoy uno de los más escogidos; porque a lo largo de los años ha quedado demostrada la capacidad que poseen Marta y su equipo para la atención de niños de 0 a 3 años.
Quien dialoga con Marta Ormaechea o visite a su jardín, «El Jardín de Pecotita», puede notar de manera inmediata la gran vocación docente que ella posee y su gran amor hacia los niños y hacia la educación. Muchas veces se la podrá encontrar con la guitarra o en la hora del cuento, un momento que le apasiona. Marta, no solamente cubre las tareas directivas en el Jardin, trabaja en la adaptación de los chicos, canta, cambia los pañales y hasta barre. Todo siempre con alegría y amor hacia la profesión. En las horas en que el jardín funciona se respira ese aire de amor y de ternura hacia los niños, algo que ellos mismos perciben y que recordarán ya adultos el resto de sus vidas.
Nacida en esta ciudad, el 10 de enero de 1958, en el hogar conformado por Jorge Ormaechea y María de los Angeles Merlo («Kika»). Su infancia y adolescencia transcurrieron en el barrio de Edison entre Salta y San Martín, en la casa paterna, precisamente donde actualmente funciona el Jardín.
Sus primeros estudios y parte de la formación secundaria la tuvo en el Colegio Jesús Sacramentado. Como uno no tenía definido cuál era la carrera que iba a seguir, decidió proseguir cuarto y quinto años en el Colegio San Agustín, con orientación comercial.
Si bien su deseo inicial era emprender la carrera de abogacía, optó luego por cursar el magisterio en el nivel inicial en el Instituto Superior de Formación Docente Nº 4, que en esos años funcionaban, en el turno vespertino, en el edificio de la Escuela Nº 3.
«Cuando estaba estudiando -recuerda, Marta, en diálogo con EL 9 DE JULIO- fue cuando descubrí mi verdadera vocación. En realidad, hasta que uno no palpa de manera directa lo que significa ser docente, sumado a la práctica en el salón o en la sala de jardín, no se puede tener una idea acabada si la docencia es la verdadera vocación. Sin vocación, la carrera de magisterio no sirve».
«El amor -añade-, la paciencia, la creatividad, la improvisación y el oído musical son condiciones muy importantes para el docente, especialmente en el nivel inicial».
Marta, en el mismo sentido, «para ser maestro o maestra, necesariamente se requiere tener vocación».
Cuando ella escogió ser maestra, también lo hicieron otras dos amigas, María Teresa Fasciolo y Lilián Cingolani. Las tres con historias similares, pues deseaban estudiar otra carrera pero las circunstancias y las decisiones paternas las llevaron a escoger la docencia. Las tres hoy son maestras con vocación.
LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS. EL NACIMIENTO DE «PECOTITA»
Antes de recibirse como Maestra Jardinera, Marta, comenzó a ejercer en el Jardín «Colorín colorado», que tenía instalado Ofelia Irigoytía de Bibiloni, en la esquina de Sarmiento y Robbio.
Junto con una amiga, Graciela Ferrer, concibió la idea de fundar un jardín maternal. Para ello, en agosto de 1981, instalaron «El Jardín de Pecotita y Pecotona», tal fue su primera denominación, en la esquina de Alsina y Corrientes. Un año más tarde, Graciela deja el Jardín y Marta continúa sola al frente del mismo, ya con el nombre de «El Jardín de Pecotita».
El Jardín funcionó en diferentes lugares. De la esquina de Alsina y Corrientes pasó a Edison y San Martín; luego a Salta entre Hipólito Yrigoyen y 25 de Mayo y, durante dos años, en Antonio Aita entre Bartolomé Mitre y San Martín. En 1991, Marta, instaló su Jardín en la casa de sus padres, en Edison casi San Martín, con renovadas instalaciones y mayor amplitud para el funcionamiento de las salas.
EL JARDIN, SU VIDA
Marta no vacila en admitir que el Jardín es su vida.
«Muchas amigas maestras -comenta- que ya están jubiladas me preguntan hasta cuándo voy a seguir. No sé, en estos momentos, si podría dejar el Jardín».
Concerniente al equipo docente que conforma el Jardín, Marta, explica que «el año pasado se jubiló Maritín, con quien trabajamos toda una vida, casi 30 años».
«‘Tete’ García, -agrega- es la maestra más antigua, tiene 72 años de edad y sigue teniendo la misma vocación, las mismas ganas y el mismo amor, para atender a los niños que tenía en su juventud».
Además, forman parte del plantel docente, Claudia Garea de Hernández y Teresita Lopresti, a quienes Marta define como muy buenas colaboradoras.
Marta ha dado a «El Jardín de Pecotita» mucho de su impronta personal. Allí, el afecto y el cariño juegan un rol fundamental en la atención de esos niños, tan pequeños, que necesitan del permanente cuidado y la dedicación de sus maestras.
«En nuestro Jardín -refiere Marta- prima, primero el afecto, el contacto. Una vez que ha sido creado el afecto entre los niños y la maestra, entonces recién después vendrán las actividades. La música ocupa, también, un lugar fundamental en las actividades del Jardín. Tanto es así que, muchas veces, en la mañana toco la guitarra hasta tres o cuatro veces, porque me lo piden los chicos»
SU FAMILIA
En la actualidad la familia de Marta está conformada por su esposo, Héctor Yaconis y sus dos hijos: Ana Inés, de 29 años de edad, radicada en Buenos Aires y Juan Martín, de 24 años, quien estudia en la ciudad de Junín.
Asimismo, también la integra su hermano Alberto.
PALABRAS FINALES
No siempre es fácil encontrar una vocación en la vida, un camino al cual seguir y que el mismo sea, a través de los años, un espacio de crecimiento y de satisfacción personal. Marta Ormaechea lo logró. Desde hace más de tres décadas su Jardín le permite vivir con amor y entrega esa gran vocación creciente por la docencia, por el jardín maternal.
En cada una de sus palabras se puede advertir cuán feliz le hace ser maestra jardinera. En sus acciones diarias realizadas con los niños, se observa cuán grande es su capacidad de dar amor y ternura, alegría y afecto. En la simpleza de actos pequeños, de gestos sinceros, se ve a las claras esa gran vocación sin la cual no se podía ser maestra.