Los relojeros de antaño

Un oficio con 140 años de vigencia en 9 de Julio…relojeros
su naturaleza o por la dificultad que existe para la documentación que respalde una investigación historiográfica, aún se encuentran poco exploradas. Sin duda, la evolución de las profesiones y el desarrollo de las actividades comerciales son algunos de esos temas que, aun poseyendo gravitación para la comprensión de la evolución de la sociedad, aún no han sido abordados suficientemente.
Existen profesiones que, con el devenir del tiempo y los cambios culturales que se producen, van desapareciendo. Sin embargo, otras se mantienen con solidez y siguen prestando a la comunidad un importante servicio.
El oficio de relojero reparador data de hace más de 500 años. Antaño, quien lo ejercía, cuidaba que los relojes mecánicos cumplieran su cometido: dar constancia del paso del tiempo. Era una difícil tarea, pues los relojes mecánicos más sencillos tienen 60 piezas, mientras que los de gran complicación, es decir, los que además de la hora y el calendario en una misma carátula nos informan acerca de las fases de la luna, el calendario perpetuo, la repetición de minutos, la reserva de marcha, etcétera, llegan a tener hasta 1250 piezas. Toda una vida de estudio y dedicación no es suficiente para conocer los secretos de tan noble oficio.
En un mundo acelerado, en donde las tradiciones de antaño van quedando atrás en pos de un mundo homogéneo y desechable, hay ciertas tradiciones que parecen estar sentenciadas a desaparecer y otras que se niegan a hacerlo. Un ejemplo de esas tradiciones que ansían ser perennes son los antiguos oficios; trabajos como el caligrafista, el sastre o el zapatero. Trabajos cuya vocación era heredada y aprendida en la familia, que requieren pasión y perseverancia más que estudios para su perfeccionamiento.
En la brevedad de esta nota hemos de evocar a los relojeros que, en su oficio, se destacaron en 9 de Julio en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX.

EL PAJARITO DEL CUCU
En las primeras décadas del siglo XX, Ramón Rey introdujo en 9 de Julio los primeros relojes «cucú», importados de Alemania. Los mismos constituyeron toda una novedad pues, para la sociedad de entonces, resultaba un mecanismo curioso y, al mismo tiempo, simpático.
Uno de los primeros en adquirir uno de estos relojes fue don Tomás Sheridan, un poderoso terrateniente, quien lo llevó a una de sus estancias, «Santa Luisa», ubicada en la localidad de French. Al cabo de unos días de haber adquirido el reloj «cucú», se apersonó a la relojería de Rey el mayordomo de la estancia.
Traía el reloj pero, esta vez, completamente desarmado. Por un lado venían la estructura de madera y por el otro los demás componentes de la compleja maquinaria.
Ni bien lo vio, Rey no dudó en preguntar:
– ¿Qué ocurrió con el reloj, que lo trae completamente desarmado?.
A lo que el mayordomo respondió:
– Ocurre que, al caer del lugar donde había sido colgado, se desarmó.
Al examinar las piezas notó que faltaba el pajarito. Al hacerle saber, al mayordomo, de la falta, aquel le respondió:
– El pajarito falta porque se lo robó el gato que, al treparse para atraparlo, tiró al suelo el reloj.

CASA CONTARINI
Se iniciaba el siglo XX y en un barco llegaba a la República Argentina la familia conformada por Ciro Contarini, con amplios conocimientos en ingeniería, su esposa Ana Malvezzi y sus tres hijos: Mirte, Gustavo y Hugo. En un principio se radicaron en la ciudad de La Plata, pero al poco tiempo recalaron en 9 de Julio, que comenzaba a ser un pueblo pujante con promisorio futuro.
En 1908 se inicie la actividad comercial de la firma Ciro Contarini e hijos (Gustavo y Hugo), contagiar de reparaciones de relojes y alhajas. Entonces ocupó el local de la Avenida Vedia 338 con la denominación de “La Veneziana”. El fundador estuvo al frente de la empresa hasta 1913, y desde ese año se sucedieron al frente del negocio sus hijos Gustavo y Hugo Contarini primero y, posteriormente, ante el fallecimiento de Gustavo, tomó la posta Don Hugo.
En 1917, don Hugo decide radicarse en la provincia de La Pampa. Allí se afincó en Eduardo Castex donde, además de instalar un comercio en el ramo de joyería y relojería, estableció su familia, contrayendo matrimonio con María Elena Raggio Rumi. De esa unión nacieron tres hijos varones: Ciro Constantino, Hugo Ismael y Aristides Néstor.
En la década de 1950 la familia retornó a 9 de Julio. Don Hugo Contarini estableció, entonces, su prestigioso comercio de relojería y joyería, junto a sus dos hijos, Hugo Ismael y Aristides Néstor. Don Hugo, como lo llamaban sus amigos y clientes, era un verdadero maestro en su oficio. Dominaba en forma muy completa el arte de grabar metales, cincelar, fabricar platería de campaña y alhajas. Además de su amplia experiencia como relojero era, al mismo tiempo, un excelente orfebre y artesano.
Por aquellos años, en Contarini se armaban los relojes de pulsera «Conta», con máquinas suizas.

DEL RELOJ DE BOLSILLO AL DE PULSERA
Aunque aún se siguen fabricando, aunque con aires más modernos, los relojes de bolsillo son un objeto que ha caído en desuso, y hoy se los observa más como una pieza de colección que como un elemento destinado a marcar la hora. A las nuevas generaciones, sin dudas, les asombra que esos aparatos metálicos y a veces pesados, fueran llevados, sujetos a una cadena.
Durante muchos años los relojes de bolsillo (mecánicos y a cuerda), generalmente suizos, franceses o alemanes, fueron un objeto usual para los caballeros de la sociedad nuevejuliense en la primera mitad del siglo XX. Aún cuando se comenzaban a imponer los relojes de pulsera, muchos prefirieron por un tiempo más, usar los tradicionales relojes de faltriquera, como también se les llamaba.
Un reloj de bolsillo era, en efecto, un reloj que está hecho para ser llevado en un bolsillo, a diferencia de un reloj de pulsera, que está atado a la muñeca. Los relojes de bolsillo tenían, generalmente, una cadena para que puedan fijarse a un chaleco, solapa o cinturón,  para evitar que se pierda. Podían tener, a menudo, una tapa con bisagras de metal para proteger la cara del reloj.
Existieron  modelos de relojes de bolsillos muy interesantes, en los escaparates de las relojerías conocidas en 9 de Julio, en las décadas de 1930 y 1940: Relojería “Triviño», en la calle Libertad Nº 342;  la relojería de Francisco Borjia, en La Rioja Nº 412; Casa “San Romé”, en Mitre Nº 322, entre otras.
“Longines”, “Valdoris”, “Alpha”, “Vacheron & Contantin”, “Zenith”, “Movado”, “Ingersoll Trenton”, “Emil Stilhoff”, “Omega”, “Tissot”, “Buren”, “Movado”, “Rolex”, “Cestina”, “Election”, “Solvil”, “Vulcano” y “Flexo”, entre muchas otras, fueron las marcas que industrializaron estos relojes y que se vendieron en las relojerías de 9 de Julio. De la últimas de ellas, “Flexo”, hacia finales de la década de 1930, la Joyería “Rey” hizo una verdadera innovación, pues incorporó los “cristales irrompibles” de esta marca.
Los relojes de bolsillo fueron, en su momento,  un epitome de la elegancia, que podía exudar  abundancia y encanto reservados, dando a su portador una forma de distinción.
Carlos Maggi, en «Gardel, Onetti y algo más» (1964), recordaba –con cierta ironía y comicidad- que “había finos relojes de bolsillo, llanos como medallas y los había plebeyos y hondos como relojes de sopa”.
“Pero –añade Maggi- todo hombre de antes, de aquel entonces, que, usaba reloj de bolsillo, transportaba la hora en el chaleco, llevaba los minutos pegados al vientre, abrigados. Y por consiguiente, ese hombre tenía un tiempo dividido en buenos pedazos, un tiempo doble ancho que le permitía andar sin apurones. El reloj de bolsillo, grande como un pan chico, y remolón, partía su esfera en largos minutos, durante los cuales el hombre antiguo podía ir a pie desde la periferia hasta el centro, o podía sentarse en un patio abierto, cerca de un árbol, o podía conversar con otros hombres antiguos que también tenían unas largas horas perezosas, como de aldea”. “No era una tontería que un hombre de antes guardara el tiempo contra las vísceras y que, por tanto, casi sean ellas las que estén haciendo pulsar a su ritmo el tic tac de los segundos. El tiempo de caminar por placer, de pasear, el tiempo de estarse quieto o de dejarse estar, ese tiempo realmente humano, es el que marcan la médula espinal y el páncreas, los pulmones y el corazón”. ¡Qué dignidad había en aquel movimiento de mirar la hora en un reloj de bolsillo!. Primero, desprenderse el saco; luego, hundir dos dedos, retirar el reloj, dejarlo sobre los cuatro dedos largos, con el pulgar de guardia saludando arriba, luego saltar la tapa -todo sin apuro-, asomarse al brocal y estudiar las agujas -todo ritualmente y con atención profesional- mientras se mantenía la gravedad del tiempo sobre la mano abierta”, decía Maggi.
Con los avances tecnológicos, el reloj de bolsillo fue dejándose de lado. El francés Louis Cartier inventó en 1904 un reloj pulsera para ser usado por el aviador Santos-Dumont, aunque este tarde un poco en popularizarse, por lo menor en la Argentina y en las poblaciones del interior.

EL OFICIO
El escritor Roberto Arlt afirmaba que « si hay un oficio raro es indudablemente el de relojero, ya que los relojeros no parecen haber estudiado para relojeros sino que han aparecido sobre el mundo conociendo la profesión». En efecto, en un viejo manual acerca de este oficio, en 1864, ya se afirmaba que «no es la relojería, como vulgarmente se cree, el arte industrial de fabricar relojes sin conocer el mecanismo y juego de sus movimientos, éstas son únicamente las funciones del obrero».
«El que arregla -añade el antiguo tratado- una máquina según leyes invariables, empleando para ello los medios más sencillos y duraderos, es un hombre de ciencia; el que perfecciona o inventa, es un genio. Tiene pues este arte más importancia de la que se le da y exige para su completo desempeño profundo conocimientos de ciencias naturales y exactas».
María Elena Solórzano, en su libro «Los oficios de los abuelos», recuerda que « los relojes que se usaban en aquel entonces eran de cuerda, no había de pilas o cosas parecidas, los relojes eran maquinarias muy finas, de mucha precisión…».
«Los niños pequeños -asegura la autora- no usaba reloj, los papás decían ‘ hasta que aprendas a leerlos bien’… los niños aplicados en sus estudios de quinto o sexto grado recibirán de obsequio un reloj que cuidaban con verdadero celo y lo conservaban hasta su juventud. Eran dedicados, sino teníamos cuidado al darles cuerda ésta se rompía y había que llevarlos a reparar…».
En el pasado, varones o mujeres usaban un solo reloj. En el caso de los varones, sea de bolsillo o de muñeca, en el caso de las mujeres en pequeño reloj colgante. Hoy en día, la realidad es otra. Tal como lo afirma Solórzano, « ahora las damas tienen varios relojes que combinan con un color de los aretes o del vestido, pues son muy baratos y hasta los pequeños del jardín de infantes usan reloj a pilas, pues se fabrican y se vende a granel».
El relojero y su oficio tiene una relación permanente con la idea del tiempo y de su devenir. A pesar de los avances tecnológicos, el tiempo sigue siendo un enigma. Egipcios, chinos, asirios, mayas y griegos lograron medirlo, pero no definirlo. Desde sus inicios, el hombre ha contemplado la salida y la puesta del sol y las fases de la luna; ha conocido épocas de calor, de lluvia y de frío; ha observado los brotes de las plantas y la caída de las hojas de los árboles; ha diferenciado las estaciones del año, dando con ello un gran paso: la agricultura. Grandes sabios, como Newton y Descartes, han tratado inútilmente de definirlo. Para Einstein el tiempo es relativo, es“sólo lo que marcan las manecillas del reloj”.
El enigma del tiempo es un reto. Está presente sin ocupar un espacio, podemos medirlo con exactitud,pero no verlo, ni tocarlo. Motivo de confusión y de fascinación, el tiempo convierte a los físicos en filósofos y se mantiene ajeno al poder de destrucción y de manipulación del hombre.
La pasión por los relojes y el oficio del relojero persistirá mientras la vida del hombre esté regida por las leyes del tiempo.

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