La construcción del TeatroRossini
Por Héctor José Iaconis
En 1883 la Sociedad Italiana «Amicizia e Lavoro» de Nueve de Julio (fundada en noviembre de 1880) había llevado a feliz término un proyecto que la colectividad italiana y, sin dudas, buena parte de la sociedad de entonces añoraba: la construcción de un teatro. Aquella sala, con el transcurrir de los años, se vio limitada en su capacidad y, en consecuencia, la comisión directiva prestó su anuencia para la edificación de un nuevo Teatro Rossini, más adecuado a los requerimiento que la población, en creciente incremento, requería.
Un contexto histórico, relativamente provechoso, halló la feliz aspiración de la Sociedad Italiana. La comunidad veía con buen gusto la concreción de algunas obras públicas, la construcción del edificio del templo parroquial, la fundación de instituciones sociales que surgía por esos años y, ahora, la erección de un nuevo coliseo.
A comienzos de julio de 1895, el consiglio directivo de la Sociedad Italiana, a la sazón presidido por Gustavo Pastorino, deliberaba acerca de la adjudicación de la obra para la construcción del teatro. Al principio, en las sesiones del 25 de junio y del 4 de julio de ese año, se había acordado solicitar, a modo de un concurso de oferentes, las propuestas a dos firmas dedicadas a la construcción, cuyos propietarios eran miembros de la institución: Santiago Luchini, por una parte y Silvio y Germán Simonini por otra. Las ofertas de ambos debía adecuarse a las condiciones y a los planos que previamente había sido elaborados.
Teniendo en cuenta la capacidad de carácter técnico y la formación que poseían los constructores que se encontraban radicados en el pueblo, puede aventurarse que Luchini poseía, sino no un mayor prestigio, al menos una cantidad superior de trabajos ejecutados.
Los hermanos Simonini, en cambio, no eran constructores. Aunque uno de ellos oficiaba como maestro mayor de obras, el oficio de ambos era la yesería. Hasta entonces, al menos no hemos hallado noticias al respecto, éstos no había efectuado ninguna obra pública de significación. Ese mismo mes, julio de 1895, resultaron adjudicatarios de una licitación municipal para la construcción de una habitación en el cementerio del pueblo y las refacciones de la capilla de ese lugar.
No puede afirmarse con certeza si, el hecho de que Silvio Simonini fuera miembro de la comisión directiva, haya sido gravitante en la decisión tomada por aquella. Lo cierto es que promediando julio de 1895, se resolvía la rúbrica del contrato, para la construcción de la nueva sala, con los hermanos Simonini, pues -según el registro efectuado en el Libro dei Verbali- fueron los únicos proponentes.
El 11 de julio fue presentado el primer proyecto de contrato, elaborado por Simonini, pero el mismo fue modificado sustancialmente y firmado recién el 18. La construcción del edificio debía efectuarse en el término de seis meses y el pago de los trabajos en seis cuotas, las cuales debía ser saldas en determinados estadios de la obra.
Silvio y Germán Simonini se ocuparon, específicamente, del proyecto y dirección de la obra, además de algunos trabajos de yesería. La construcción de la mampostería correspondió al albañil Summaruga, también socio de la institución.
Una labor particularmente significativa, para el embellecimiento del nuevo teatro, la efectuó el escenógrafo Juan Piantini (1863-1924). Originario de la célebre y milenaria ciudad Ancona -a orillas del mar Adriático, en la región de «Las Marcas»-, había estudiado artes plásticas y escenografía en Milán, frecuentando el atelier el maestro Antonio Rovastelli.
En su patria, Piantini, había sobresalido como escenógrafo y, tal vez, esa distinción motivó a los hermanos Ghiglioni contratarlo para el teatro «San Martín» de Buenos Aires. En consecuencia, hacia 1894 emigró a la Argentina para instalar su taller en el citado teatro porteño.
La Sociedad Italiana de Nueve de Julio convino un contrato con el escenó-grafo, en cuyas diligencias se ocuparon particularmente el presidente de la entidad, Gustavo Pastorino y uno de los miembros del consejo directivo, Sebastián Scala. Entre los trabajos que realizó se destacaron seis telones. Un manto desplegado, a cuyos extremos se observaban una alegoría que representaba al reino de Italia y algunos de los monumentos de esa tierra, fueron el motivo artístico de uno de aquellos. Se contaron, del mismo modo, cinco retratos de los más destacados compositores en la historia de la Música. Estos, que poseía forma circular, fueron colocados en puntos estratégicos del cielorraso.
EL DISEÑO
Presumiblemente, los hermanos Simonini copiaron el diseño o, incluso, los planos presentados de otros modelos comunes en la época. El característico «estilo italiano», sobre todo en el diseño paradigmático de «herradura». Benito Bails, el celebre matemático español, en su difundido tratado sobre Elementos de Matemática, del siglo XVIII, ofrece fundamentos, planteos eruditos, acerca de los beneficios de las construcción de la planta de un teatro en forma elíptica.
El diseño de la planta que ofrece el proyecto de Simonini era de disposición sencilla, aunque dotado de los elementos característicos de la arquitectura de los teatros necesarios. Por una parte, la sala estaba conformada por una platea, línea de palcos bajos, un nivel superior denominado «tertulia», y el característico «paraíso», ubicado en el espacio más elevado.
El piso poseía otro rasgo singular. En lugar de ser fijo, fue dotado por un sistema movible para elevarlo a nivel por medio de un sistema neumático. De esta forma, el teatro podía ser utilizado como tal (el piso de mantenía en pendiente) o como salón de baile, por ejemplo, disponiéndolo de manera paralela a la línea de tierra.
El sistema de ventilación empleado en el aludido planteamiento era bantante sencillo. Además del uso de tres ventanas, ubicadas en el nivel del «paraíso», se había dispuesto una chimenea, quizá dotada de pequeñas compuertas.
Acerca del nuevo edificio del Teatro Rossini, poco menos de un par de meses antes de su inauguración, el ingeniero Héctor Sibilla, por entonces responsable de la oficina de Obras Públicas de la Municipalidad y miembro de la Sociedad Italiana, había observado que el proyecto «era deficiente por falta de estudio» y que no reunía las condiciones de seguridad necesarias, especialmente en cuanto a la disposiciones de las escaleras.
Según puede apreciarse a partir de las fuentes disponibles y, particularmente, de la ausencia que existió de algunos instrumentos necesarios para su respetiva habilitación, la Municipalidad de Nueve de Julio demoró el requerimiento y el estudio del proyecto del Teatro. Recién el 5 de marzo de 1896, ya adelantadas las obras de construcción, el presidente de la comisión directiva de la Sociedad Italiana remitió al intendente Benigno Martínez tres planos, en copia heliográfica. Curiosamente, los mismos, firmados por los hermanos Simonini, estaban datados el 2 de marzo de 1896.
Ante esto subyace el primer interrogante: ¿Nadie observó que, esos planos, fueron trazados siete meses después de haber sido iniciadas las obras? Contrariamente a lo que debía esperarse, el Departamento Ejecutivo no emitió ningún decreto o documento autorizando a librar al servicio la nueva sala, considerándose que la misma estaría destinada al uso público.
El 25 de mayo de 1896, la Sociedad Italiana inauguró su teatro, en medio de una ceremonia que atrajo la atención de los vecinos. Sin embargo, no todo era como lo aparentaba la aparatosidad exterior. Verdaderamente, la sala tenía una singular belleza estética. La belleza del telón, las telas decoradas lujosamente y hasta los lujos apliques «Rochester», con elegantes brazos del mejor bronce, se conjugaban maravillosamente; pero, pocos o quizá nadie se había cuestionado resueltamente: ¿el diseño del nuevo Teatro Rossini reunía las condiciones necesarias de seguridad?.
LAS PRIMERAS OBSERVACIONES TECNICAS
Luis Mondelli, algunos años más tarde, refiriendo a la actitud de la Municipalidad en aquellos días de 1896, escribirá: «La autoridad municipal ha tenido poca o ninguna intervención en esa construcción; esto último, indudablemente, no por culpa de la Sociedad propietaria ni del constructor, sino de aquella que permitió se levantara ese edificio sin tomar la intervención a que tenía derecho y estaba obligada por ley dada la índole y funciones que ese edificio estaba llamado a desempeñar».
«La autoridad municipal de entonces, ejercida por Benigno A. Martínez, no obstante estar en conocimiento de que las personas que intervenían en esa construcción carecían de título suficiente para efectuar una obra de esa naturaleza, permitió que ella se levantara sin requerir previamente la presentación de sus planos y la memoria descriptiva del edificio, requisitos elementales para esa clase de construcciones», dirá Mondelli.
Fue el ingeniero civil Héctor Sibilla el primero en realizar observaciones respecto de la construcción del teatro y de la falta de seguridad en la misma.
A partir de 1896, el Teatro se convirtió una especie de núcleo epicéntrico de cuanta actividad cultural se realizara en 9 de Julio. No solamente allí tenían lugar las fiestas de la colectividad italiana, otras instituciones lo adoptaron como espacio para sus eventos.