Por Héctor José Iaconis
* Fue un vecino que llegó a estas tierras apenas dos décadas después de fundado el pueblo.
* De espíritu emprendedor, luego de luchar durante muchos años y de trabajar intensamente logró hacerse de una buena posición económica y de prestigio en su comunidad.
* Integró algunas instituciones de bien público de la ciudad y fue uno de dos principales gestores de la obra de construcción del Parque General San Martín.
* Escribió su autobiografía, un documento que aún se conserva y se trata de una pieza documental muy interesante para conocer variados y ricos aspectos de la historia local.
Unas 15 páginas, en tamaño oficio, copiadas al carbón, preservan el texto autobiográfico de quien hoy nos ocupa. Lo redactó el 20 de septiembre de 1961, precisamente en el día en que cumplía sus 90 años de edad.
La redacción no es precisamente la de un hombre de letras. Repetto gustaba mucho dejarlo; por ello, el principal valoración de este escrito está dada no por sus características literarias sino por las abundantes referencias que ofrece acerca de historia y del contexto temporal en que le tocó desenvolverse.
Emilio Repetto había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 20 de septiembre de 1871, en la calle Chacabuco entre Victoria y Moreno, donde su padre tenía instalada una carbonería. Sus padres eran Manuel Repetto y Luisa De Negri.
«En el año -comienza relatando, en su autobiografía- en que nací, apareció la epidemia del cólera en Buenos Aires y la mayoría de la población se fue a vivir al campo mi familia se fue a vivir a Morón, donde me bautizaron. Mientras duró la epidemia, mi padre atendía debía su trabajo y de noche regresaba a Morón. Cuando el peligro había desaparecido, toda la familia volvió a vivir en la carbonería».
Repetto guarda una palabra de ternura para quien fue su primera maestra: «… con mi hermana mayor fuimos al Colegio del Rosario, que existía en la calle Moreno. Allí comíamos al mediodía. La maestra que me daba las lecciones llamaba Petrona era muy buenas y la mayor parte de los días me tenía en brazos y me regalaba golosinas».
«Al ir creciendo salía con el repartidor del carbón. Íbamos a la casa del Presidente de la República, Nicolás Avellaneda, quien vivía en la calle Moreno entre Chacabuco y Piedras. En algunas ocasiones me amenazaba con el bastón porque lo llamaba ‘Gayanera’, cuando iba a pie a la casa de gobierno», rememora.
Siendo todavía niño, se radicó con su familia en la zona rural en el Partido de Saladillo, en campo que aún se encontraban sin alambrar. Por esos años, tal como lo refiere Repetto, «la cosecha se levantaba cortada a mano con la hoz y se trillaba con la tropilla de yeguarizos y se ventilaba con las palas y, porque no había máquina de ninguna clase…».
El autor ofrece interesantes datos sobre una gran nevada ocurrida en los días 14.15 y 16 de septiembre de 1879: «… la gente venía del sur cortando los alambrados que impedían el paso de las haciendas, pero al llegar al Río Salado encontraron tapado el cauce del río y, como consecuencia de ello, murieron vacunos, porcinos y yeguarizos…:.
EN 9 DE JULIO
A instancias de un amigo de su padre, Sebastián Scala, la familia se radicó en esta ciudad, cuando 9 de Julio era apenas un incipiente pueblo del interior de la provincia, con la finalidad de arrendar un campo cerca del Fuerte General Paz.
«El 24 de mayo de 1884 -relata- llegamos a 9 de Julio con dos carretas que se compraron en una herrería. Acampamos en una calle próxima al campo de Antonio Maya, luego de viajar arreando los pocos animales que traíamos o picando los bueyes. Vinimos al pueblo con mi padre y compramos el primer pan en la panadería de Cánova, que existía donde hoy es el Colegio de Hermanas. Vimos una fiesta muy linda, había más de 300 hombres de a caballo con chapeados de plata y muchos tiradores con monedas de oro extranjeras. Había corridas de sortijas en la plaza, en la estación del ferrocarril había muchas carretas cargadas que procedían del sur y otras de La Pampa y de los toldos, ya que en ese momento el pueblo era punta de riel. Aquí se habían concentrado después de recorrer grandes distancias». Efectivamente, tal como lo señala Repetto, hacía poco meses que había llegado el ferrocarril a 9 de Julio, en noviembre de 1883.
Tal como lo habían proyectado, los Repetto arrendaron un campo y se establecieron. La rudeza de la vida rural de esos años, es relatada casi con naturalidad por nuestro personaje:
«En la población -explica-, que era muy chica había lugar para mi padre y mis hermanos más pequeños. Yo, con algunos de mis hermanos acampamos a campo o en las carretas… para sembrar nos levantábamos de mañana cuando el lucero y volvíamos a la casa a la puesta del sol. A la mañana nos traían el mate cocido donde trabajábamos, con una galleta por cada persona y una cucharada de azúcar negra que se le echaba en conjunto en el mate. La comida, a la mañana y a la noche, se componía de perdices y patos, que los había en abundancia, o carne de vaca. También se servía abundantemente en la mazamorra, el locro o el arroz».
«A cada persona -prosigue- se le daban dos pedazos de cuero de cerdo o de tercios que venían con la yerba para hacernos los tamangos y algunos pedazos de arpillera para envolvernos los pies…».
Luego de realizar distintas tareas, en abril de 1890, Repetto, instaló una carnicería, primero en la calle La Rioja y, más tarde, en la esquina de San Martín y Corrientes, en un caserón que se había construido en los primeros años de la fundación del pueblo.
En su autobiografía, se ocupa de explicar con pormenorizado detalle, la tarea que se desarrollaba por esos años en la carnicería y en el saladero. También dedica varios párrafos a la situación de la comunidad al momento de producirse la revolución de 1893 y sus consecuencias.
UN ESPIRITU EMPRENDEDOR
No cabe duda que una de las características esenciales en la personalidad de Emilio Repetto, fue la de tener un espíritu emprendedor. Victoria Morales, Marilina Ojeda, Gastón Rampone, Alejandro Ribulotta, Federico Sánchez y Daiane Tulián, por entonces alumnos de la Escuela Nº 4, en el año 2002, se ocuparon de estudiar la figura de este singular personaje.
En un artículo publicado en diciembre de ese año, lo describen como «un pionero de nuestros pagos; que amó a su tierra, esa tierra de la Pampa Bonaerense que lo vio nacer; donde se crió, progresó y pasó momentos de alegrías, tristezas, triunfos, orgullos y fracasos». Nuestro personaje ya se presagiaba como un hombre visionario. Progresa en su trabajo, va adquiriendo fracciones de campo e inmuebles. Sin abandonar el criadero de cerdos se dedica a la cría de vacunos y a la siembra», refieren.
EN LA SOCIEDAD NUEVEJULIENSE
Emilio Repetto ocupó un lugar significativo en la sociedad nuevejuliense de su tiempo. Fueron incontables sus aportes realizados a instituciones de bien público de la ciudad y, sobre todo, algunos interesante servicio que prestó a sus vecinos toda vez que se lo requirió. En ocasión de la construcción del Parque General San Martín y en la primera etapa de la pavimentación, integró la Comisión Pro Fomento Edilicio que trabajó incansablemente para dotar a la comunidad de estas dos trascendentales obras públicas.
En varias ocasiones también fue propuesto para ocupar cargos públicos, entre ellos el de juez de paz, los cuales siempre declinó.
En 1929 también integró la Comisión del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
PALABRAS FINALES
Según Karl J. Weintraub, la autobiografía se puede definir como un “fluir en el cual la propia consciencia se abre paso suavemente a través de la experiencia interrelacio-nada».
«Puede tener funciones tan diversas como la explicación, el descubrimiento, la clasificación, la formación, la presentación o la justificación del yo. Todas estas funciones se interpenetran fácilmente, pero todas están centradas en un yo consciente: consciente de su relación y de sus experiencias”, sostiene Weintraub.
La autobiografía de Emilio Repetto posee, precisamente, esos atributos. Existe una permanente proyección en la relación del protagonista con su contexto, con su tiempo y con las particularidades del escenario en que le tocó desenvolverse.
Ordenado cronológica-mente, el texto de Repetto se torna por momentos de difícil lectura para quienes no cuenten con un conocimiento previo de los hechos que el autor quiere reflejar. No obstante, el estilo directo del mensaje anima a aden- trarse en los párrafos y en una precisión de datos que asombra.
La esencia de cualquier autobiografía es que jamás puede llegar hasta el fin, que nunca puede decir la última palabra, como hace el biógrafo oficial. Si uno de los móviles fundamentales del escritor es triunfar sobre la muerte, nunca llega a conocer si podrá alcanzar este fin. Por el contrario, el biógrafo, desde el momento en que comienza a escribir, sabe que la memoria de su personaje ya se ha perpetuado más allá de la muerte.
Repetto falleció pocos años después de redactar su autobiografía. Puesto, como dijimos, que la ausencia de la muerte en la narración es una de las condiciones inherentes a la autobiografía, el mensaje de su autor ofrece una lección de optimismo y esperanza; pues, frente a las adversidades, como lo afirmó Virgilio, «labor omnia improba vincit» («el trabajo tenaz todo lo vence»).