Las antiguas grandes tiendas de 9 de Julio

 

Historias y curiosidades

Ciertamente las características edilicias, los estilos arquitectónicos, en la ciudad de 9 de Julio fueron variando considerablemente con el paso los años. De la misma forma, fueron modificándose los modos de vida y las costumbres de la sociedad.
En esa misma sección, meses atrás, recordábamos una figura comercial hoy extinguida: los almacenes de ramos generales. Hoy nos ocuparemos brevemente de otro estilo en el comercio que primó especialmente a lo largo de buena parte del siglo XX, las grandes tiendas.
Muchos que no vivieron en esa época habrán escuchado hablar a los mayores acerca de las «cuatro esquinas» en las cuales, en una misma manzana, existían cuatro grandes tiendas. En efecto, se trataba de las tiendas “Casa Galli”, ubicada en Libertad y La Rioja; “La Razón”, en Libertad y Mitre; “Galver”, en Vedia y Mitre; y “La Americana”, en Vedia y La Rioja. A ellas debía sumarse una de las más antiguas: la Tienda “Blanco y Negro”, en la esquina de Mitre y Libertad, contigua al desaparecido Bazar “El Siglo”, donde más tarde funcionó la Plaza Seca.
La vida de las casas estuvo enmarcada por las particularidades de cada uno de los períodos de su larga historia; pues debe recordarse que algunas de ellas sobrepasaron las seis décadas de trayectoria con más.
Si bien cada una de esas grandes tiendas poseía sus particularidades, que las diferenciaban claramente, en su estilo, los rubros y los artículos que se ofrecían podían tener similitud. En los tiempos más lejanos, el stock estaba integrado por amplias secciones de sedería, sedas y tejidos, tapicería, los géneros de fantasía, para hábitos religiosos y de luto. No faltaba, entre los artículos para caballeros, los sombreros de moda, las gorras o los paletós de última novedad y los trajes a medida confeccionados con casimir importado. Parece extraño, en la época actual, pensar que, en los mostradores de esas tiendas se hallaban los legendarios cuellos para camisas de hombres, cuya artificiosa compostura se ofrecía en varios modelos, siendo los más comunes el “Newcastle”, que podía tener unos 6,5 centímetros de altura, el “Marconi” y el más famoso de todos, el cuello “Palomita”.
Para damas primaban prendas de punto, guantes, calzados, perfumes, artículos para viajes y ropa interior (corsés franceses, enaguas, corpiños, fajas, etc.), blusas y “peignoirs”; ajuares para novias y recién nacidos; confecciones para niñas y niños así como con otros diversos accesorios de la moda. No faltaban entre tantos productos, una de las novedades: los guardapolvos en brin satinado blanco con cinturón.
En algunas de estas casas, en los escaparates, las prendas eran exhibidas sobre mani-quíes con cabezas de cera y cabellos naturales.
Era sorprendente acercarse al sector de botonería, donde no solamente se vendía centenares de modelos distintos de botones, sino también los más variados productos para la costura.
Al ingresar a esos salones de venta, el cliente se llevaba la imagen inmediata de un lugar donde reinaba la pulcritud, el orden, y sobre todo una orientación organizativa método. Desde el vendedor, vestido con riguroso traje, fuera invierno o verano, hasta las interminables hileras de cajas de botones alineadas sobre los estantes forma regular, daban idea de que en esas grandes tiendas todo respondía a un orden que se mantenía a través del tiempo.
Además de nutrido personal que trabajaba en el edificio, debía contarse habitualmente con un grupo de costureras, pantaloneras o modistas en general, que trabajaban en sus domicilios para las tiendas.
En el caso de “Casa Galli”, por ejemplo, solía incorporarse la ropa de trabajo, fabricada en su taller de Buenos Aires: bombachas, pantalones, camperas, camisas, mamelucos y conjuntos de pantalón y saco para trabajadores, con telas importadas de Italia. De la misma procedencia podía verse en otro tipo de manufacturas, tales como sábanas, manteles y carpetas.
Con el correr de los años estas grandes tiendas debieran adaptarse a las circunstancias de la moda. La ropa de confección, realizada a medida, por reemplazada por los modelos estandarizados. Además, otros productos comenzaron a ganar terreno en la tienda: artículos de perfumería y hasta adornos, bazar y menaje.
Esas empresas que respondieron al espíritu de un tiempo, no sólo marcaron un camino en la historia comercial de la ciudad, sino que dejaron a la luz el espíritu e iniciativa de quienes llevaron adelante esos proyectos, titánicos quizás por entonces, y que supieron mantenerse en el gusto de la gente hasta que los nuevos tiempos impusieron una oferta distinta en modalidad comercial.
La última de estas casas en desaparecer fue “Galver”, sucursal de una prestigiosa firma que José García Reguera había fundado hacia 1942.
Hoy, a pundo de iniciar el 2020, habiendo transcurrido casi un cuerto del siglo XXI, nada tangible ha quedado de esas cinco grandes tiendas que fueron orgullo de esta ciudad. De su magnificencia y esplendor, sólo perdudas recuerdos y anécdotas que viven en la memoria de muchos.

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