La Logia Masónica, la banda de música y una extraña sinfonía

Por Héctor José Iaconis

Hoy, 22 de noviembre, se celebra el Día de la Música. Con motivo de conmemorarse esta feliz efeméride, queremos evocar una breve historia vinculada con la antigua Banda de Música de 9 de Julio que existió entre 1927 y 1955, formando parte de la extensa historia musical, por así llamarla, de la comunidad.
Lo que hoy relataremos no posee el rigor documental sino, más bien, se circunscribe dentro del apetitoso anecdotario nuevejuliense que alguna vez debería escribirse. No obstante, nos revela algunas interesantes y, de hecho, curiosas noticias acerca de este conjunto musical y su trayectoria.

UN LUGAR PARA ENSAYAR
De acuerdo con las referencias que nos brindó, hace muchos años atrás, el recordado Pedro Sabetto (1904-1991), integrante de la banda desde su fundación hasta su extinción, los músicos se reunían semanalmente para ensayar, según la época del año, en lugares muy diversos.
A lo largo de la treinta de años que existió la banda nunca tuvo un lugar estable para realizar sus ensayos. Los mismos fueron adecuándose en la medida en que las necesidades y la conveniencia lo requerían.
En la década de 1930 se encontraba incorporado a la banda, como ejecutante, don Cayetano Scaramazzino. De profesión sastre, se había instalado en un local de la avenida Bartolomé Mitre entre Independencia (hoy Hipólito Yrigoyen) y Santa Fe. Su sastrería, denominada “La elegancia”, tenía un sugestivo slogan que servía como presentación a su dueño: “Cayetano Scaramazzino, gringo pero buen sastre”.
Era famoso este singular personaje, entre sus coterráneos, como haber adquirido el no menos atrayente hábito de sentarse en la vereda de la sastrería, al caer la tarde, con el estruendoso instrumento aerófono que tocaba, para ensayar en soledad alguna la parte de alguna obra o lanzar al aire alguna piecita fácil para deleitar –eso creía- los oídos de sus vecinos. Con picardía, había quienes esperaban que comenzara a tocar para pasar delante de él y saludarlo con insistencia a punto tal que, por responder cortésmente a cada saludo, interrumpía la ejecución con tanta frecuencia que terminaba por olvidar lo que estaba tocando.

Pedro Sabetto.

La sastrería de Scaramazzino contaba con un amplio salón que, más de una vez, lo puso a disposición de sus compañeros de la banda para ensayar. Allí iban, durante la noche, el maestro y sus músicos, con instrumentos, atriles y una maleta atestada de partituras, para realizar los ensayos previos a las presentaciones sabatinas y dominicales que realizaban.
El salón tenía piso de tablas y, debajo, había un pequeño sótano completamente ciego. Llamaba la atención de quienes bajaban a escudriñar en ese lugar subterráneo, vacío y húmedo, el color excesivamente oscuro de los muros. No tenía siquiera un matiz, estaban pintados completamente de negro, lo que afectaba todavía más la escasa iluminación que le procuraba una tenue bombita incandescente.

Banda de Música de 9 de Julio, dirigida por Juan B. Belli. Fotografía tomada por Adobato en abril de 1927.

LA LOGIA MASONICA
Había una razón práctica por la cual el sótano, que se encontraba debajo de la sastrería de Scaramazzino, tenía paredes pintadas de negro.
Aquel edificio había sido, en el último cuarto del siglo XIX, la sede de la Logia Masónica de 9 de Julio. Donde funcionaba, en aquellos años de la década de 1930, la sastrería, estaban, dispuestos con distribución estratégica, el salón de pasos pedidos y la logia propiamente dicha. En la década de 1890, el saloncito que estaba delante había sido acondicionado para el funcionamiento de la Cruz Roja; empero, a pesar de las modificaciones sufridas ulteriormente, había preservado parte de su diseño original.
Donde estaba la máquina de coser de don Cayetano, cuatro décadas atrás, se había situado el ara del templo masónico y donde antes habían estado las luces de “Oriente” y de “Mediodía”, ya no había candelabros sino dos maniquíes vetustos con retazos de paño.
En el sótano, cuando allí funcionaban la Logia, se encontraba la denominada “cámara de las reflexiones”, donde se conducía a los aspirantes a esta sociedad secreta, para reflexionar sobre el paso que iban a dar minutos después al iniciarse en la masonería.
Por ello, siguiendo un antiguo ritual, las paredes lucían el color negro intenso del cual, cuatro decenios después, aún se conservaban vestigios.

Fachada de la Sastrería de Cayetano Scaramazzino (antigua sede de la Logia Masónica), en cuyo salón principal la Banda de Música realizaba sus ensayos.

“LA TIERRA DE LOS MUERTOS”
Una de las obras que se encontraban incluida en el copioso repertorio de la Banda de Música Municipal era la sinfonía “La Terra dei Morti” del compositor Giuseppe Filippa (1836-1905) (1). Por albur del destino, muy oportuno por cierto, la partitura manuscrita original de esta obra, la que usaba la banda en esos años iniciales, que pertenecía al maestro Belli y que había sido transcripta por Julio Comas (con el tiempo destacado violinista), pudo preservarse hasta nuestros días. Cuando Belli se alejó de 9 de Julio (2) llevó consigo su rico archivo musical. La suerte poco propicia que luego corrió el viejo pianista (tal era su formación, además de director de la banda), radicado en Buenos Aires y después sumido en la pobreza, hizo que se pierda completamente el rastro de aquellas partituras, posiblemente malvendidas en alguna librería de viejo (3).
Ahora bien, ¿por qué referirnos a esta obra particularmente? No solamente porque se trata de la única partitura que se conserva de aquellas usadas en la primera etapa de la banda, los años en que Belli fue su director, sino también porque se liga a la una anécdota que referiremos.
Según el relato de Pedro Sabetto, cada vez que se ensayaba esa pieza en el local de la sastrería de Scaramazzino, en determinados pasajes de la sintonía, “se producía un extraño efecto sonoro que parecía ascender desde el sótano”.
Aquellos compases más estrepitosos, en el recinto cerrado, daban una sensación rara que había trepidar a quien estuviera allí. Los músicos se extasiaban, mientras tocaban, en un influjo que los animaba a conjeturar un sinnúmero de imágenes.
Nada tenía que ver, esta impresión, con cuestiones mágicas o esotéricas, sino simplemente con un efecto puramente auditivo.

Maestro Juan B. Belli

El nombre de la sinfonía, “La Terra dei Morti” (La Tierra de los Puertos) hacía que algunos, tal vez poco informados por el origen de la obra, la asocien con una melodía luctuosa. De hecho, el propio Filippa había compuesto la marcha fúnebre que se tocó en ocasión del traslado de las cenizas de Gioachino Rossini desde París hasta Florencia; sin embargo, esta sinfonía no estaba inspirada en un hecho estrictamente lúgubre.
Filippa la había presentado, con buenos auspicios, en septiembre de 1888, había presentado esta sinfonía de Bandas Musicales de Liguria, organizado por la Societá Ginnastica Cristoforo Colombo (4).
“La Terra dei Morti” de Giuseppe Filippa, aunque con influencia rossiniana, refiere llanamente a los versos que el poeta Alphonse de Lamartine escribió luego de una visita a Italia, donde la describe como “tierra de los muertos”: “Des hommes, et non pas de la poussière humaine !”(5).
Con esta sinfonía, Filippa, responde, en cierto modo, al poeta francés, a su expresión tenida por desdichada e inapropiada por los italianos. Por fortuna, después de haber sido olvidada durante largas décadas, hace pocos años atrás, ha comenzado a ser recogida en el repertorio de algunas orquestas o ensambles.
La historia de 9 de Julio está forjada, también, por un rico anecdotario que no debería perderse en el devenir del tiempo.

Portada de la partitura de la sinfonía “La Terra dei Morti”, utilizada por la Banda de Música de 9 de Julio entre 1927 y 1932.
Otra página de la partitura manuscrita.
Ex-libris que empleaba el Maestro Juan B. Belli para identificar su amplia colección de partitura. Sello de caucho.

NOTAS
(1) Una escueta noticia biográfica sobre Filippa puede leerse en http://www.centrodellamemoriasavigliano.it/giuseppe-filippa/. Se reproduce su retrato.
(2) Al constituirse fue su primer maestro el profesor Juan B. Belli; empero, algunas situaciones de tensión que se vivieron con algunos músicos de la llamada “primera parte”, precintaron su renuncia y el nombramiento de Salvador Chieffari, quien la dirigió hasta su disolución. Algunas noticias sobre este conflicto se encuentran reflejadas en EL 9 DE JULIO, 10 de enero de 1932.
(3) Cabe destacar que el archivo de Salvador Chiéffari, segundo director de la banda, a diferencia del de Belli, pudo ser preservado gracias a la generosidad de su hija Aida. En 1989 donó esas carpetas al Museo y Archivo Histórico local.
(4) Cfr. Gazzetta Musicales di Milano, año XLIII, n° 39, 23 de septiembre de 1888, pág. 358.
(5) «Le dernier chant du Pèlerinage d’Harold», en Oeuvres de Lamartine. Nouvelles Méditations Poéti-ques avec commentaires, Paris, Hachette et Cie. – Furne, Jouvet et Cia., 1878, pág. 243. Véanse también Maurice Toesca, Lamartine ou l’amour de la vie, Paris, Editions Albin Michel, 1969, pág. 233 y Agide Pirazzini, The influence of Italy on the literary career of Alphonse de Lamartine, New York, Columbia University Press, 1917, pág. 106.

 

Escuche una interpretación de la sinfonía “La Terra dei Morti” de Giuseppe Filippa por la “Hamamatsu Mandolin Orchestra”.

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