Por Héctor José Iaconis.
Sin dudas, la Guerra del Paraguay, también llamada “de la Triple Alianza” fue el enfrentamiento bélico más importante, por su magnitud, en el siglo XIX, en América Latina. Sus consecuencias fueron, en mayor o en menor medida, significativas para los cuatro Estados intervinientes: Brasil, Uruguay y Argentina contra Paraguay.
Desde 1864, Paraguay mantenía relaciones de tensión con el Imperio del Brasil, a raíz del conflicto que éste mantenía con la República Oriental del Uruguay. En efecto, el gobierno paraguayo del mariscal Francisco Solano López, incitado por el Uruguay a intervenir en una disputa que, en definitiva, le era ajena, mandó –en diciembre de 1864- ocupar Alto Paraguay, en la región brasileña de Mato Grosso.
López solicitó autorización al gobierno argentino para moverse por su territorio, tomar contacto con las fuerzas uruguayas y atacar Río Grande do Sul. Ante la negativa del presidente Bartolomé Mitre, quien desde el inicio del conflicto deseaba mantener neutralidad, el presidente de Paraguay convocó a un congreso extraordinario y, en marzo de 1865, declaró la guerra a la Argentina.
No obstante ello, el 13 de abril del mismo año, cinco naves de guerra paraguayas se apoderaron de los buques argentinos “Gualeguay” y “25 de Mayo”; y, al día siguiente, ocuparon la ciudad de Corrientes.
A esta altura el enfrentamiento bélico ya esta desatado y, poco después, Uruguay –que había impulsado al mariscal López a desafiar al Imperio, giró en su posición y firmó un tratado de alianza (el 1° de mayo de 1865) con Argentina y Brasil contra Paraguay.
El estallido de la guerra, como es lógico suponer, demandó la organización del ejercito que habría de movilizarse al campo de batalla; y, en consecuencia, afectó la estructura y la situación de las líneas de frontera en el interior de la Provincia de Buenos Aires, como las del resto del país.
En la Frontera Oeste de Buenos Aires, cuya comandancia se encontraba situada en 9 de Julio, y al frente de la cual se hallaba el coronel Julio de Vedia, una de las primeras movilizaciones de fuerzas fueron las del batallón primero de Infantería de Línea y la del tercer escudaron del regimiento quinto, los que pasaron a la Buenos Aires.
El 18 de abril de 1865, desde 9 de Julio, Vedia dirigió una nota al capitán Dolveo Guevara, quien se hallaba en el destacamento de Ballimanca, en la misma frontera. En esa esquela expresaba: “El Gobierno Nacional, ante ese atentado [se refiere al asalto Paraguayo en Corrientes] no puede permanecer más tiempo impasible, y creyendo haber hecho cuanto estaba en su mano para mantener la paz, hará ahora la guerra…”.
“Con este objeto –prosigue el fundador de 9 de Julio- marcha toda la infantería a Corrientes, quedando, pues, sólo nosotros para defender la frontera y es necesario que nos pongamos a la altura de nuestra misión y que luchemos con brío y entusiasmo, supliendo el número con la actividad y el coraje. Yo no dudo de los oficiales del 5° Regimiento; no dudo de mis valientes soldados. Tengo fe en uno y otros y creo que me ayudarán en esta penosa tarea y que sabremos, como otras veces, merecer el bien de la Patria. Queda, pies, esa línea confiada a usted y su compañía, y yo permaneceré tranquilo aquí, pues se que usted y sus subalternos no dejarán burladas las esperanzas de su coronel”. (El texto completo de la carta de Vedia a Guevara se encuentra transcripto en “Episodios del Ejército Viejo. Apuntes y reseña de servicios del Teniente Coronel D. Dolveo Guevara”, Buenos Aires, Robles Herrando y Cía., 1913, pág. 14).
Tanto en la población civil del pueblo, como particularmente en la militar, se experimentaban diversas sensaciones: por un lado, el entusiasmo de participar de la guerra; por otro, la angustia de dejar su tierra.
Tal como lo afirma el doctor Miguel Ángel De Marco, en muchos casos, “los paisanos estaban cansados de las movilizaciones para combatir a los indios, aunque fuese para garantizar la seguridad de sus propias familias. Abandonar la inmensidad de la pampa, por escenarios desconocidos y seguramente hostiles, no era grato siquiera para los más arrojados o los menos dotados de inteligencia” (Cfr. “Bartolomé Mitre”, Buenos Aires, Planeta, 1998, pág. 328).