Por Héctor José Iaconis.
Los documentos, quizá no sea necesario referir en demasía, constituyen el centro de toda investigación histórica. Precisamente, de ellos habrá de depender el investigador, aún antes de formular cualquier hipótesis de estudio. En efecto, el estudioso, “no podrá sustraerse de aquello que certifique la autenticidad de las afirmaciones; y ante las opiniones e interpretaciones, si se quiere aclaratorias, propondrá aquello que no se contraponga a la aplicación de un método científico”[1].
La heurística, de hecho, es la ciencia que se encarga del estudio de las mismas fuentes.
Los archivos históricos organizados permiten al estudioso llegar a los recursos con mayor facilidad, sea a través de los catálogos como de los inventarios o repertorios. Así, al menos, lo han entendido los grandes maestros de la historiografía: Una de las tareas más difíciles con la que se enfrenta el historiador es la de reunir los documentos que cree necesitar. No lo lograría sin la ayuda de diversos guías: inventarios de archivos o de bibliotecas, catálogos de museos, repertorios bibliográficos de toda índole[2].
... los documentos -prosiguen- que contienen los depósitos y los fondos que no estén inventariados, realmente es como si no existieran para los investigadores todos que no pueden irlos recorriendo de punta a cabo. Hemos dicho que donde no hay documentos no hay historia, pero si no hay buenos inventarios descriptivos de las colecciones, equivale prácticamente a la imposibilidad de conocer la existencia de los documentos a no ser por casualidad. […] los progresos de la historia dependen en gran parte de los que realice el inventario general de los documentos históricos…[3].
Para Jedin, el uso de las fuentes históricas, ocupa el primer estadio metodológico: pues es historiador, “[…] solo puede afirmar o negar acerca de acontecimientos y situaciones del pasado […] lo que halla en las fuentes rectamente interpretadas. Las fuentes […] han de ser buscadas […]; ha de examinarse su autenticidad, han de editarse en textos seguros y ha de investigarse su fondo o valor históricos. El primer fin de la investigación histórica así practicada es la fijación de las fechas y hechos históricos […], sin cuyo conocimiento resulta incierto todo paso adelante […], cuando no degenera en construcción sin fundamento”[4].
Álvarez Gómez sugiere que debe emplearse, en el conocimiento del pasado, un método Crítico desde el punto de tender a “examinar rigurosamente las fuentes, según las técnicas propias de la crítica interna y externa”[5].
Algunos autores han agrupado esas fuentes de la siguiente forma:
* Por su forma: Orales, figuradas y escritas.
* Por el tiempo: Contemporáneas, próximas y remotas.
* Por el autor: Auténticas, apócrifas y anónimas.
* Por su carácter social: Públicas y privadas.
Si entendemos que, estas fuentes, sea en el soporte en que fueren, son los ejes de toda investigación histórica, los archivos históricos que los preservan serán, pues, aún tan imprescindibles. Efectivamente, desde los tiempos más remotos todas las comunidades humanas han buscado dejar su testimonio, por así decirlo, en inscripciones u otras formas de impresión, reunidas en archivos.
El hallazgo realizado por la expedición de la Universidad de Roma, dirigida por el profesor Matthiae, en Ebla (Siria), promediando la década de 1960, muestran la preocupación de una cultura protosiríaca -ubicada cerca de 2.500 años antes de Cristo- por conservar sus documentos de estado.
El imperio Romano como poseía ya organizados algunos archivos, formados a partir de una organización similar a la empleada en nuestros días. Hacia la época republicana esos fondos se hallaban junto al tesoro público; y cerca del Templo de Cesar estaban los documentos de las plebes reunidos en una especie de colección.
Dado -expresa Amparo García Cuadrado, en un excelente artículo- que el principio fundamental de la archivística, por el cual la actividad del archivero se distingue netamente del bibliotecario o del documentalista, es el principio de procedencia, los investigadores han dirigido sus esfuerzos en ubicar el momento exacto en que dicho principio hace acto de presencia. Si bien, comúnmente se acepta que es hacia mediados del siglo XIX, concretamente en 1841, cuando surge la Archivística con la promulgación de tal principio por parte de Natalis de Wailly, los estudiosos de esta ciencia han orientado sus investigaciones hacia el pasado de los archivos en busca de los orígenes más remotos donde encontrar una evidencia de su formulación o al menos su aplicación práctica[6].
Por otro lado, es importante tener en cuenta que “el documento de archivo es único e irrepetible, y de ahí el peligro gravísimo de su pérdida. Es un original producido de forma natural a través del trabajo habitual de la vida administrativa, pública o privada, y se emite en folios o en piezas sueltas, generalmente en grafía manuscrita, aunque en raras ocasiones suele también realizarse por medios impresos, en originales múltiples”[7].
En definitiva, tal como lo indica el doctor Francisco Fuster Ruiz, “los documentos de archivo son reflejo de las funciones y actividades del hombre, producto y testimonio de una gestión.
De ahí -agrega- la nota fundamental que puede atribuírseles y que es la objetividad”. Suelen reproducir los hechos tal cual, sin añadir elementos de crítica, subjetivos o de valoración (por el contrario de los documentos bibliográficos o de documentación científica y técnica). Esto no obsta para que a veces, excepcionalmente, haya documentos administrativos con vicios que afecten y deformen la información, por contener elementos falsos e inexactos. La autenticidad es una de las características fundamentales del documento de archivo, y debe ser siempre probada científicamente. Es posible llegar a resultados satisfactorios con la aplicación correcta de los principios de la Archivística, de la Diplomática y de otras ciencias auxiliares que tienen técnicas aplicables a la interpretación, evaluación y valoración de los documentos[8].
Para el estudio de la Historia de 9 de Julio las fuentes tienen una notable gravitación. A lo largo del tiempo la realidad de ese documento fue muy ambigua. No siempre pudieron conservarse de la forma adecuada, y sólo recién, con la creación del Archivo y Museo Histórico pudo iniciarse un proceso de salvaguarda de la documentación.
En este breve acercamiento pretendemos reflexionar acerca del origen de las fuentes eclesiásticas, pertenecientes a la Iglesia Católica en 9 de Julio.
DOCUMENTOS HISTORICOS DE LA IGLESIA CATOLICA
En la ciudad de 9 de Julio existen dos archivos eclesiásticos que, por el contenido y alcance temporal de las documento que en ellos se preservan, constituyen dos repositorios documentales de gran importancia para el estudio de la historia y de la genealogía de las familias nuevejulienses: el archivo de la Iglesia Catedral y el Archivo de la Curia Eclesiástica. Desde luego también deberían añadirse los archivos particulares de las comunidades religiosas instaladas en la ciudad y de las que ya no poseen casas aquí; no obstante, enfatizaremos en aquellos dos que, por su organización y contenido pueden ser más pertinentes en nuestro enfoque.
El Archivo de la Iglesia Catedral de 9 de Julio, cuya documentación se inicia en 1868, está formado los siguientes corpus documentales: ⇩
* Libros de Partidas de Bautismo, Matrimonios y Defunción (hasta 1889).
* Circulares y notas directivas enviadas por la Curia Eclesiástica.
* Expedientes matrimoniales (reservados).
* Libros de Fábrica.
* Libros de Autos de Visitas Episcopales (reservados para algunos años).
* Cartas pastorales de los obispos.
* Libros de actas y registros de las asociaciones piadosas parroquiales.
Los primeros cuentan, para el caso de los libros de Bautismo y de Matrimonio, una serie de índices alfabéticos que facilitan la búsqueda de las partidas.
El Archivo de la Curia Eclesiástica de 9 de Julio, a diferencia de lo que se cree, en su alcance temporal, no comienza en 1957, año en que se produjo la erección canónica de la Diócesis. Posee, en rigor, documentos de mediados del siglo XIX, correspondientes a las primeras parroquias fundadas en el actual territorio diocesano.
En el archivo diocesano, el investigador puede encontrar una rica documentación histórica vinculada con las parroquias, cuya organización en legajo responde al principio de ordenamiento que le confiriere al naciente el archivo el primer obispo de 9 de Julio, monseñor Agustín Adolfo Herrera. En efecto, él se había especializado en archívistica en Roma y pudo especial cuidado en el ordenamiento de la documentación eclesial.
Asimismo, junto con la información y legajos del clero diocesano, existen documentación sobre los Obispos y el consejo episcopal, libros de decretos episcopales, cancillería, visitas pastorales, misiones, pastoral vocacional, educación y colegios, pastoral de la salud, vida consagrada, pastoral social, catequesis, organismos colegiados diocesano y liturgia entre muchos otros. Las publicaciones periódicas y boletines diocesanos, aparecidos alternadamente a lo largo de los años, desde la erección de la Diócesis de 9 de Julio, constituyen una fuente secundaria predilecta.
Sobre las fuentes custodiadas por instituciones eclesiales, existen normativas comunes para regular su consulta, según los períodos cronológicos a que correspondan.
NOTAS
[1] Héctor José Iaconis, “La Heurística en el estudio de la Historia Eclesiástica de 9 de Julio. Breves consideraciones generales”, en “El 9 de Julio”, 23 de mayo de 2002, p. 4.
[2] MARC BLOCH, Introducción a la Historia, 2ª edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, p. 58.
[3] C. V. LANGLOIS-C. SEIGNOBOS, Introducción a los Estudios Históricos, Madrid, Daniel Jorro, 1913, p. 30 (traducción de Domingo Vaca).
[4] HUBERT JEDIN, “Introducción a la Historia de la Iglesia”, Manual de Historia de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1966, t. I, p.30.
[5] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ cmf., Manual de Historia de la Iglesia, Madrid, Publicaciones Claretianas, 1987, p. 4, citado por Ibidem.
[6] Amparo García Cuadrado, “La investigación en historia de la instituciones documentales: Estado de la investigación y propuesta metodológica”, en Anales de Documentación, Revista de Biblioteconomía y documentación, Murcia, Universidad de Murcia, vol. 1, 1998.
[7] Francisco Fuster Ruiz, “Archivística, Archivo, Documento de Archivo…Necesidad de clarificar los conceptos”, en Anales de Documentación, cit., vol. 2, 1999, p. 107.
[8] Ibidem.