Por Héctor José Iaconis (*)
Se denomina “toponimia” a una forma de onomástica geográfica; es decir, el estudio de los nombres geográficos, llamados topónimos. Para analizar estos nombres se requiere la combinación de diferentes metodologías que permitan el abordaje lingüístico, histórico y geográfico.
La etimología y las acepciones originales constituyen la médula fundamental del estudio toponímico, conjuntamente con la estructura morfológica de los nombres, su reflejo lingüístico y la preeminencia de las lenguas autóctonas en su configuración.
El 20 de marzo de 1946, en los talleres gráficos de Rasmussen y Sella, de la ciudad de Cañuelas, veía la luz el volumen titulado “Toponimia Indígena Bonaerense”, cuyo autor era Eliseo Tello. En realidad, esta edición, cuya tirada alcanzó el millar de ejemplares, fue encargada por la Librería “Horizontes” de Lobos.
Allí, Tello, ofrece un interesante y pormenorizado catálogo alfabético de los topónimos originarios de la provincia de Buenos Aires. Identificando las voces, alude a la etimología del término y a la historia del mismo.
Por ejemplo, en la página 44, se puede leer:
CLA LAUQUEN
(Kulá Laufquen)
Nombre de un paraje del Partido 9 de Julio donde hubo un fortín militar [sic], que fue la base de la actual ciudad homónima, cabecera del mismo.
Etimología:
Cla, K`la o Kulá, es “tres” (numeral).
Laufquen, “laguna”.
Tres Lagunas, significa la denominación porque igual número de accidentes hidrográficos que se encuentran próximos, le daba característica inconfundible al lugar que tiene una leyenda que se inserta en el apéndice de esta obra.
Estudios posteriores sobre la temática coinciden, en líneas generales, con la etimología propuesta por Tello. “Kla (küla) es el numeral ‘tres’; la(u)fken ‘laguna’”[1].
El historiador Guillermo Pilía también afirma que «respecto al topónimo original del paraje, Clalafquen o KulaLauquen, se trata de una voz indiscutiblemente araucana», donde «Kla» es el numeral tres y «laufken», es laguna.
Precisamente, lo que nos interesa es el apéndice de “Toponimia Indígena Bonaerense”, donde se encuentra inserto el texto de la leyenda.
LA VERSION DE TELLO
Por primera vez, tal como la conocemos, la Leyenda de las Tres Lagunas, aparece en esta edición de la obra de Tello bajo el epígrafe de “Hermandad hasta la muerte”. Así es como, a partir de entonces, se comenzó a difundir la misma y de esa forma se la conoce y se la continúa transmitiendo.
Lamentablemente, Tello no ofrece una fuente concreta de la cual abrevó para conocer la Leyenda. La que nos concierne es una de las “Cuatro Leyendas Araucanas” que Tello reúne y que, según sus palabras “están relacionadas con otras tantas designaciones toponímicas en las que los araucanos evocan sus tradiciones, que las conservan aún, gracias a que se las tramite de generación en generación”[3].
“No ha sido tarea fácil –asegura el compilador- el recoger estas leyedas, porque los indios son reacios para contarlas delante de personas que no pertenezcan a su raza; y aún así, a pesar de gozar de su confianza y amistad, que hacían accesible mi presencia en sus tertulia, cuando en algún pasaje de sus narraciones salía a reluciar alguna maldad de los blancos, los circundantes me observaban oblicuamente como si con mi presencia profanara la sagrada memoria de sus antepasados”.
“Estas leyendas -prosigue Tello- carecerán de estilo literario, porque conservo al escribirlas la esencia inmanente de sus espíritus, pero tienen un mérito que nadie puede negarlo, y es que ellas han sido recogidas alrededor de los fogones araucanos, al conjuro de cuyas llamas evocan con religioso respeto a sus antecesores…”[4].
No sabemos, con certeza ni existen sustentos documentales que lo acredites si, en verdad, fue el testimonio oral el medio de que se valió Tello para conocer esta leyenda. Desde luego, tampoco hay razón para dudalo.
Las tres páginas (desde la 154 hasta la 156) de “Toponimia Indígena Bonaerense”, en las que se encuentra desplegada la versión de Tello de esta leyenda han permitido preservar, para las generaciones futuras, este legado de los pueblos originarios.
EL AUTOR
Eliseo Antonio Tello había nacido en la localidad de Luján, ubicada al norte de la Provincia de San Luis, el 14 de abril de 1902. En diferentes etapas de su vida vivió en su provincia natal, en Córdoba, en La Pampa, en Neuquén y en Río Negro, sin dudas cumpliendo sus obligaciones como militar y policía.
Tal como lo refiere la doctora María Delia Gatica de Montiverios, en su monografía titulada “Pequeña Historia de las Letras Puntanas” (1986), como autor, «le interesaron profundamente los restos de población indígena […], convivió con los nativos en los aduares, conoció sus costumbres, sus variedades lingüísticas, sus tradiciones, mitos y leyendas».
«Parte del saber -añade Montiverios- recogido directamente o en obras de consulta condensó en algunos libros».
Entre las obras más conocidas, publicadas por Tello, además de su “Toponimia Indígena Bonaerense” se cuenta la “Toponimia Araucana del Territorio de La Pampa”, publicada primero en 1942 y reeditada por la Dirección de Cultura de aquella provincia en 1958 como “Toponimia araucano-pampa”.
Tras su muerte, ocurrida en Santa Rosa el 29 de junio de 1971, dejó inéditos algunos trabajos suyos inherentes a sus temáticas de interés. Según María Delia Gatica de Montiverios, el fallecimiento de su hija adoptiva le había llevado a acentuar su bohemia. Falleció sumido en la mayor pobreza, días después de que, un incendio, devore la habitación donde moraba.
En su pueblo natal una calle lleva su nombre, que le fue impuesto a instancias del Centro de Investigaciones Folklóricas “Prof. Dalmiro S. Adaro” de San Luis.
EL TEXTO DE LA LEYENDA
A continuación, con la finalidad de recordar a los nuevejulienses el texto de la Leyenda, la reproducimos tal como se conoce a la versión de Tello:
Dos hermanos, hijos de un poderoso cacique araucano de la región, se habían enamorado de una misma joven cuya hermosura era ponderada en forma que igualaba a Pirepilffin, la deidad hechicera de las nieves andinas. La cándida niña, que todavía no alcanzaba a comprender lo que era amor, jugaba con el cariño de los mozos igual que el pichi thapial (cachorro de león) juega con la presa que luego ha de devorar. No entendía la joven que con ese peligroso juego exacerbaba cada día más la pasión salvaje que por ella sentían los hermanos. Con respuestas oportunas contestaba los requerimientos amorosos de los apuestos mancebos. «Soy joven? les decía. No me hablen de amores porque todavía no he pensado en ello. Quiero por un tiempo más ser libre como las aves que surcan el infinito cielo. Déjenme en libertad para divertirme, que hay tiempo para amar». Y con delicados gestos, los despedía con las esperanzas.
Por esa época habían llegado desde el lejano país unos hombres blancos que desde el primer momento se mostraron malos e insaciables, los que no contentos con arrebatarles las mejores tierras, trataban ahora de extender sus dominios en forma que los indios no les quedarían más que los ojos para llorar sus desventuras. Ante amenaza tan tremenda, los gobiernos de las naciones habían decidido la guerra a muerte contra ese invasor. Esta no sería una de las tantas guerrillas a las que estaban acostumbrados, sino que era una guerra grande y contra un enemigo poderoso y valiente en la que muchos indios morirían; y fue por ello que los hermanos redoblaron exigentes una decisión terminante de la doncella, antes de partir para esa expedición de donde probablemente no regresarían.
«Los amo a los dos por igual, pero con el amor de hermanos. Y los quiero de igual forma que quiero a mis padres. ¿Pueden figurarse que entregaría mi corazón a alguno de ustedes, mis valientes hermanos, truncando las esperanzas del no elegido? Sigamos viviendo el sueño de una dicha imposible hasta que nuestros dioses decidan sobre nuestros destinos», terminó diciendo y presurosa se refugió en su tienda como si un temor supersticioso invadiese su corazón. Profundamente consternados, los hermanos quedaron parados frente a frente. Sus centelleantes miradas se encontraron y el pensar fue el mismo. Dirimirían en singular combate la posesión de la prenda de sus afanes. El que quedara con vida la haría suya. Llegó la noche, en el campamento todos dormían, el silencio era únicamente interrumpido por el graznido chillón de la lechuza fatídica que parecía agorar la tragedia que se avecinaba.
Empuñando sus temibles lanzas, los hermanos montaron en sus corceles de guerra y sigilosamente se alejaron del lugar hasta llegar al pie de un médano solitario, en donde después de darse un fraternal abrazo, como señal de que ni el odio ni el rencor animaban sus acciones, se aprestaron para luchar hasta la muerte por el amor de una mujer que no podía ser de los dos. Largo fue el combate, pues los hermanos eran aguerridos y valientes; hasta que cubiertos de múltiples heridas, se separaron alejados por sus montas, para caer finalmente muertos en diferentes sitios.
Al amanecer llegaron a los toldos de sus dueños los caballos de los hermanos con las monturas tintas de sangre como señal de que algo grave había ocurrido. Presintiendo la tragedia, la doncella corrió por el campo hasta dar con los cadáveres de sus pretendientes. Loca de desesperación y de espanto, empezó a vagar por la llanura hasta caer muerta de pena y de dolor. El viento empezó a socavar la tierra que servía de lecho de los cadáveres, formándose un pequeño pozo donde se hizo un charquito con la primera lluvia, el que se fue agrandando con las subsiguientes, hasta convertirse en las tres lagunas que conocemos, las que son para los araucanos (mapuches) símbolos de amor, sacrificio y hermandad hasta más allá de la muerte. Y es por eso que cuando pasaban por el lugar, jamás dejaban de beber agua en alguna de ellas.
PALABRAS FINALES
La Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura ( UNESCO), en su 32ª reunión, celebrada en París entre septiembre y octubre de 2003, se refirió con profusión a la importancia que revista la conservación de los bienes culturales inmateriales, el denominado “patrimonio cultural intangible” en las comunidad.
Según la convención adoptada por la UNESCO, se define al “patrimonio cultural inmaterial” como “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”[5] . Precisamente, ese patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, “es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”[6].
La Leyenda de las Tres Lagunas es, en consecuencia, no solamente uno de los símbolos característicos de la ciudad de 9 de Julio, sino un bien cultural inmaterial muy preciado. De hecho, es un puente concreto entre lo intangible y lo tangible, entre la identidad cultural que configura la sociedad nuevejuliense y su presente, a través del eje vertebrador esencial que es su historia.
NOTAS
[1] Cfr. Rodolfo M Casamiquela – Carlos Funes Derieul – Jose P. Thill, Provincia de Buenos Aires: Grafías y etimologías de los topónimos indígenas, Coronel Dorrego, Imprenta Impacto, 2003, pág. 134.
[2] Toponimia de la provincia de Buenos Aires. Origen de los nombres de los partidos y cabeceras de partidos bonaerenses, La Plata, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 2002, pág. 105.
[3] Eliseo A. Tello, Toponímia Indígena Bonaerense, Lobos, Librería “Horizontes”, 1946, pág. 143.
[4] Ibidem.
[5] “Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial”, en Treaty series. Treaties and international agreements registered or filed and recorded with the Secretariat of the United Nations, New York, United Nations, 2007, Vol. 2368,I- Nº 42671, pág. 79.
[6] Ibidem.
(*) Texto publicado originalmente en “El 9 de Julio”, 24 de septiembre de 2016.