Historias y curiosidades
En 1911, frente a la Plaza “General Belgrano” de esta ciudad, se encontraba la Cigarrería “Buenos Aires”, con anexo de librería, bazar y agencia de lotería. Ese comercio pertenecía a don Pedro Eppherre y lo había fundado en 1894.
Don Pedro Eppherre, además, era “óptico oculista diplomado” y junto a su Cigarrería había instalado un taller para la reparación y elaboración de anteojos. Por ese entonces, ofrecía los últimos modelos anteojos sin arco, también llamados “impertinentes” y ofrecía el servicio de “reconocimiento de la vista gratis según los últimos adelantos en óptica científica moderna”.
En esa época, año 1911, don Pedro Eppherre había incorporado a su óptica, para la venta, un selecto stock de estereoscopios.
SINGULAR Y SENCILLO APARATO
En 1838 gracias a la inventiva del físico escocés Charles Wheatstone quien describió el fenómeno de la visión tridimensional, fue construido “ el estereoscopio “, el cual era un dispositivo muy sencillo, diseñado para apreciar el relieve de dibujos geométricos, es decir para observar la tridimensionalidad de los mismos.
En lo que respecta a la imagen tridimensional, Wheatstone informó de que las pequeñas diferencias entre las imágenes proyectadas a los dos ojos ofrecen una sensación vívida de la profundidad del espacio en tres dimensiones. Dicho aparato constaba de dos espejos colocados en ángulo con respecto al observador y una imagen situada frente a cada espejo. Esas imágenes eran dibujos y figuras geométricas. El escocés llegó a la conclusión de que las diferencias visuales que presentan ambos ojos eran el origen de la percepción en relieve.
Para el año de 1849 David Brewster diseñó y construyó la primera cámara fotográfica estereoscópica con la que obtuvo las primeas fotografías en tridimensionales, del mismo modo diseño un visor para verlas. La primeras fotografías obtenidas por Brewster fueron tomadas con una cámara monocular, en la cual, el objetivo podía moverse en forma horizontal entre fotografías.
En 1862, Oliver Wendell Holmes, construyó un modelo portátil del antiguo estereoscopio, con este equipo se podían ver fotografías mota- das sobre un cartón (como si se trata de tarjetas dobles), lo cual genero que este tipo de fotografías fueran muy populares a finales del siglo XIX y comienzos del siguiente.
El hito más importante para la estereoscopía decimonónica ocurrió en 1851 en The Great Exhibition de Londres cuando la reina Victoria de Inglaterra se interesa en las estereo- grafías. La soberana se impresionó con esta tecnología y su aprobación provocó un furor tal que “para 1856 se habían vendidos más de medio millón de estereóscopos y la moda se estaba extendiendo hacia América.”
El éxito de la estereografía en América superó los resultado europeos . La estereosco-pía era una pasatiempo que se percibía como genuinamente cosmopolita. La popularidad de la estereografía la convirtió en el primer fenómeno visual de masas.
UNA MODA QUE PASO PRONTO
La moda del uso o de la curiosidad de tener un estereoscopio pasó muy fugazmente por la comunidad de 9 de Julio. De hecho, el uso de este dispositivo fue cayendo el desuso con la aparición de la cinematografía, que permitía ver imágenes en movimiento. Por otra parte, la gente se cansó del estereoscopio, una sola persona por vez podía utilizarlo, era molesto de sostener y manejar, y las imágenes se fueron desmejorando, editándose en baja calidad.
En los últimos años de su fabricación para uso exclusivo de vistas fotográficas, las monturas de los estereos-copios eran defectuosas lo que terminaban en una doble imagen o una sensación molesta para el espectador, la calidad tanto de las imágenes como la de los aparatos disminuían a medida que aparecía más competencia de comerciantes ines-crupulosos. De esta manera, gracias a las leyes del mercado, comienza y termina la «primer moda del 3D».
DESPUES DE 9 DE JULIO
Don Pedro Eppherre se desvinculó de la comunidad de 9 de Julio años más tarde del ocaso de estos aparatitos. Tuvo en la comunidad nuevejuliense un protagonismo social destacado. Incluso se lo recuerda por haber contando con uno de los primeros automóviles que circuló por las calles del pueblo.
En la década de 1930 se había alejando de la ciudad, radicándose en Buenos Aires como gestor y agente de negocios. Allí tenía sus oficinas en el barrio de Flores, en la avenida Rivera Indarte, entre las actuales calles Laferrere y Fernández Moreno. Siempre guardó para con los nuevejulienses un sentimiento de afecto que manifestaba a través de la correspondencia fluída que mantenía con sus viejos amigos.