«Los Inglesitos». Mucho más que un almacén de ramos generales

Por Héctor José Iaconis
“Los Inglesitos” es un nombre que está, desde luego, en la memoria de, al menos, dos generaciones de nuevejulienses que hoy siguen caminando nuestras calles. Para los jóvenes, quizá, ya no resuene; pero para los mayores refleja una época pasada, tan cercana a la nostalgia.
“Los Inglesitos”, fundado en 1912, fue un almacén de ramos generales que, con los años, se convirtió en uno de los comercios más pujantes de la ciudad, de excelente reputación en la amplia zona de influencia que alcanzó a implicar y a la vanguardia de las transformaciones que iban verificándose con los nuevos tiempos. Instalado en la esquina de Bartolomé Mitre y Santa Fe, concluyó su extensa trayectoria comercial en un amplio local de la misma calle Santa Fe, donde actualmente funcionan las dependencias de la AFIP.

LA FIRMA EN SUS PRIMEROS CUARENTA AÑOS
El 26 de agosto de 1912 fue constituida la sociedad comercial colectiva comandita “Dámaso Gómez y Compañía”. Poco después, los hermanos Juan y Celedonio Gómez y Gonzalo junto a Calixto Gómez y Gómez, se asociaron a Fermín Sánz, constituyendo la firma “Gómez Hermanos y Compañía”.
Para 1915, además de “Los Inglesitos” en 9 de Julio, contaban con una sucursal en Chacabuco, atendida por Sánz, con el nombre de “Almacén Inglés”. Es probable que este último haya sido escogido también para la sede de 9 de Julio; pero, como ya existía otro comercio con idéntica denominación, se optó por “Los Inglesitos”.
En 9 de Julio, esta nueva casa comercial tenía una vinculación directa con el almacén “Los Paraísos”. En efecto, Calixto Gómez había estado asociado a su coterráneo Baltasar Verde (fallecido en 1906) en su explotación, primero en el antiguo edificio de la esquina de la avenida General Vedia y Montevideo (hoy Bartolomé Mitre) y luego en la esquina de Primer Centenario e Independencia (hoy avenida San Martín esquina Hipólito Yrigoyen).
El 20 de mayo de 1918 fue ratificada la sociedad “Gómez Hermanos y Compañía” hasta mayo de 1921 en que se retiró Juan Gómez. A partir de entonces surgió “Gómez, Sánz y Cía”, integrada por Celedonio Gómez, con el 38 % del paquete accionario; Fermín Sánz, con el 31 % y Calixto Gómez con el 31 %.
“Gómez, Sánz y Cía” poseía, asimismo, una sucursal en Bolívar.
Un asiento notarial del 8 de junio de 1926 daba cuenta que, para entonces, ya se había incorporado a la compañía, Lucas Gómez, paradigma de un estilo empresarial.
El 18 de septiembre de 1941 dejó la sociedad Fermín Sánz. La casa de comercio de Chacabuco, el 19 de noviembre del año anterior, fue vendida a los hermanos Encabo. Sin Sánz, continuaban Celedonio Gómez, Lucas Gómez y Calixto Gómez.
El 1° de mayo de 1946 fue constituida la legendaria sociedad “Gómez, Tello y Cía.”, que girará en la plaza local y en Bolívar con sólido prestigio. Ahora la componían, Lucas Gómez, Román Tello, Rodolfo R. A. Gómez junto a Vicenta Verde de Gómez, Lorenzo Tello y Victoriano Morales. El 8 de noviembre del año siguiente, ingresaron nuevos socios: Adolfo Gómez, Alfredo Telo, Homero Julio Giuliani, Nevio Foglia, Pantaleón Ochoa y Francisco Pascual Dellatorre. Celedonio Gómez y Calixto Gómez, socios fundadores, ya habían fallecido.
El 23 de octubre de 1952 se retiraba Pantaleón Ochoa, pero ingresaban a la firma “Gómez, Tello y Cía.”, Emilio César Adobato, Héctor Isidro Tarantino, Enrique Juan Matiauda, Angel Estero Foglia, Francisco Pedro Landarte y José María Iriondo.

«Los Inglesitos», en la esquina de Bartolomé Mitre y Santa Fe.

SUS PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS
Tal como lo afirmamos al comenzar esta semblanza, “Los Inglesitos” era mucho más que un almacén de ramos generales. En sus comienzos, además de los variados comestibles, contaba anexa una fábrica de pastas, un depósito de vinos, las secciones de ferretería, pinturería y un corralón de materiales y madera.
Más tarde se añadieron otras secciones, tales como electricidad. En la vereda que daba a Bartolomé Mitre, inmutable, sin tantos márgenes de seguridad, se hallaba el surtidor de nafta “Texaco”.
Como lo hizo la sucursal de Bolívar, la de 9 de Julio incorporó con los años otros rubros comerciales: por un lado, la agencia de venta de automóviles y la de maquinaria agrícola. La agregación del denominado “Bazar Americano”, sobre la calle Santa Fe y del Salón “GOTECIA” (sigloide de “Gómez, Tello y Cía.”), en la avenida Bartolomé Mitre, expandieron notablemente los horizontes comerciales de la casa.
“GOTECIA” no solamente vendía electrodomésticos de conocidas marcas nacionales, también introdujo heladeras y bicicletas manufacturadas en 9 de Julio, las cuales eran brindadas con créditos flexibles, otorgados a sola firma. Tuvo, de igual modo, un rol trascendente en los comienzos de la televisión en la ciudad, como agente de los televisores “Zenith”, para lo cual fue instalada una de las antenas de recepción de mayor altura que existían en la ciudad.
Por iniciativa de uno de sus gerentes, Emilio César Adobato, y con el apoyo de los demás accionistas, “Gómez, Tello y Cía.”, adquirió unas ocho manzanas, en la zona que algunos denominaban, mal o bien, como “Quinta de Inchusta”. Las mismas fueron loteadas y los solares vendidos por la misma firma. De esta manera, se sentaron las bases de una hermosa barriada: “Villa Diamantina”. Así, muchos nuevejulienses tuvieron la posibilidad de acceder a un terreno donde edificar su vivienda.
El transcurrir de las décadas, con las transformaciones sufridas en el mundo empresarial, sumado a tantos otros factores, marcó lentamente un desenlace análogo al que tuvieron otros almacenes de ramos generales.

UNA RESISTENCIA AL OLVIDO
El olvido es algo así como la segunda muerte de las personas y de las cosas. Por fortuna, “Los Inglesitos” está en la reminiscencia y en el corazón de tantos que le conocieron: quienes fueron clientes; los que visitaron sus salones; aquellos que, siendo niños, se detuvieron frente a sus singulares escaparates navideños (cuyas miradas se dirigían ineludiblemen-te a los autómatas de Julio Bodo) o, simplemente, los que pasaron delante alguna vez.
Existen en 9 de Julio, como en tantísimas otras ciudades, nombres de lugares, personas, comercios –como “Los Inglesitos”- que, aunque extinguidos, quedan grabados en el imaginario de la comunidad e intentan permanecer latentes en el recuerdo. Son fragmentos de la memoria colectiva que, como viejas mesnadas, luchan por vivir y se resisten a ahogarse en el velo gris del tiempo, a sucumbir en el olvido.

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