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Hace 88 años fallecía el intendente Miguel Saralegui

Por Héctor José Iaconis.

“Cayó, sí, sobre su escudo / Cansado, más no vencido; / Como el gladiador herido / Después del combate rudo; / Y la muerte que no pudo; / Despojarle de su palma, / Lo fue envolviendo en la calma / De su tenebroso imperio, / Para llevarse al misterio / Todo el tesoro de su alma”.
Esos versos, tomados de un conocido poeta, fueron usadas por Eduardo Fauzón en el discurso que pronunció el domingo 21 de julio de 1935, cuando eran inhumados los restos de Miguel Saralegui, un hombre que se había distinguido, tanto en los ámbitos de la vida privada como pública, por la corrección con que había distinguido su proceder.
Si bien la distancia temporal nos separa extraordinariamente de su contexto vital, y difícilmente pueda alguien recordar vivamente su complexión, cabe aún citarle como un ejemplo en la acción política que se orienta de manera legítima hacia la búsqueda del bien común.

Miguel Saralegui (indicado en óvalo verde), junto a sus padres y hermanos.

Nacido en la ciudad bonaerense de Chivilcoy, el 27 de mayo de 1883, era hijo de Martín Miguel Saralegui y María Gertrudis Satostegui. Su padre, español, había arribado al país hacía más  dos décadas, y ya había realizado las más variadas tareas, desde peón hasta comerciante.
Miguel Saralegui realizó sus estudios en la ciudad de Buenos Aires, aunque jamás se desentendió de las tareas rurales. A comienzos del siglo, su padre junto a uno de sus tíos maternos poseía importantes extensiones de tierra en el partido de 9 de Julio, los establecimientos «San Miguel» y «La Carmelita».
En la estancia “San Miguel” fue donde realizó las primeras armas en la regencia del establecimiento, dotado de unas 6.000 hectáreas. Esta función le permitió asociarse, poco después, a la Sociedad Rural de 9 de Julio.
Una de las cualidades, sin dudas heredada de sus padre, fue la predisposición para prestar su colaboración a las instituciones de beneficencia. Fue el Asilo de Huérfanas “Nuestra Señora de Luján”, la entidad que más recibió su decidido aporte.
Militando en las filas de la Unión Cívica Radical, en los comicios del 14 de abril de 1918 fue llevado como candidato a concejal, asumiendo el 1º de mayo de ese año. Desde entonces, no dejó de atender las cuestiones oficiales, y fue reelecto para componer el Concejo Deliberante en otras cuatro ocasiones.
Además, entre el 13 de agosto de 1922 y el 31 de diciembre de 1923 desempeñó las funciones de intendente municipal del Partido de 9 de Julio.
En 1933 fue elegido consejero escolar y al año siguiente presidente de ese cuerpo.
Como presidente del Consejo Escolar, expresó el maestro José G. García, “… tuvo […] el suficiente tino de facilitar la labor del magisterio, dándole absoluta libertad para el desenvolvimiento de su civilizadora misión, no puso piedras en el camino; al contrario, propendió en todo momento a que sus tareas resultaran fructíferas, efectuando él por su parte una administración encomiable y correcta…”.
Cuando Eduardo Fauzón fundó la Unión Comunal, Saralegui se convirtió en uno de sus referentes. De hecho, al fallecer se encontraba ocupado la presidencia del comité de esa fuerza.

Placa conmemorativa colocada en la calle que lleva su nombre, en la localidad de Dudignac.

Algunos rasgos acerca de su personalidad nos permiten conocer quienes fueron sus amigos, compañeros o correligionarios.  Para Carlos J. Poggi, Miguel Saralegui, “era la caballerosidad personificada. De pocas palabras pero de acción fecunda hizo un culto de la amistad y fue un consecuente y leal funcionario sin que nada ni nadie pudiera torcer la conducta que él se trazara, que siempre fue la línea recta, tanto en su vida privada como en su vida pública”.
Román Moro, por su parte,  agregó que “jamás tuvo odios ni rencores en su corazón; sus mismos adversarios políticos lo conceptuaron amigo… supo deslindar la grandeza de la amistad, de la consecuencia partidaria”.
Su amigo, Eduardo A. Fauzón, lo describió como un hombre que “irradiaba bondad que él derramaba a manos llenas, con el amplio gesto del sembrador y con la discreción del que hace el bien porque siente la necesidad de hacerlo sin contar jamás con la recompensa”.
“Los que –prosiguió Fauzón- tuvimos la suerte de convivir con él, conocíamos la exquisitez de sus sentimientos, que jamás variasen aunque el ataque injusto lacerase su corazón, ese corazón que cual un templo guardaba lo más santo que pueda abrigar un espíritu humano”.
Quien nos ocupa falleció en Cosquín, provincia de Córdoba, el 18 de julio de 1935. Entonces, se hallaba en esa ciudad buscando mitigar, con un clima más favorable, la grave dolencia que padecía.
Volviendo a citar el discurso de Fauzón –pronunciado en homenaje de nuestro personaje-, las décimas finales que el orador tomó del poeta, nos permiten hallar una mejor expresividad para concluir esta semblanza:

“Con tu fe y con tu amor
“Luchaste pero venciste;
“Hoy parece que te fuiste
“Porque cesó tu existir,
“Mas tu no puedes morir,
“Que los hombres de tu talla
“Es después de la batalla
“Cuando empiezan a vivir”.

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