Arturo y Enrique Cano Dos glorias nuevejulienses, dos figuras tutelares

bibliotecario* Periodistas criteriosos y de pluma profunda, otorgaron a 9 de Julio una verdadera escuela.
* Desde la docencia, tanto en las aulas com o en la plática cotidiana, formaron a varias generaciones de nuevejulienses.
* Dueños de una personalidad superior, defendieron sus ideales con límpida moral.
* El afán supremo por el bien común, despreocupó a ambos de amasar fortuna.
* Fueron dos espíritus selectos, que brindaron mucho, sin exigir nada a cambio.

«Todo hombre debe tender a acercarse dentro de los limites de su capacidad al más perfecto ideal humano, no sólo con el fin egoísta de adquirir la paz del espíritu, la felicidad interior […] sino con el propósito de colaborar en esa tarea y de preparar el advenimiento de la raza superior prometida por la evolución… una profunda solidaridad universal, libre de cualquier preocupación personal».
Así se expresaba el doctor Pierre Lecomte du Noüy, biólogo, físico y matemático francés, prestigioso director de la «Ècole des Hautes Ètudes» de la Sorbona, en su ensayo acerca del Destino Humano. Para este científico francés, «los hombres deben contribuir todos a la tarea común de la humanidad y como el fin individual se identifica con el fin general, el esfuerzo exigido de cada uno ya no constituye un sacrificio, sino, podríamos decir, una inversión». Una fusión del interés individual con el universal, que se ha de advertir en los planos moral y universal.
¿Cuál es el fin último de todo hombre?, ¿es la búsqueda del supremo bien y todo lo que de él dimana, primero para los demás, y luego para sí?. Una vez vislumbrado ese bien, no debe, acaso, ser compartida con los demás, dicha semejante?.
En efecto, quien en la historia de 9 de Julio, pretenda buscar la fisonomía, por así llamarlo, de aquellos que, lucharon por hallar ese bien, no pueden pasar inadvertidas las existencias de los hermanos ENRIQUE y ARTURO CANO,  y su aporte al desarrollo intelectual de nuestro medio social.

ENRIQUE P. CANO
Enrique Patricio Cano, había nacido en Luján, en 1893, hijo de Alejandro Cano y de Teófila Cuello. Niño aún, junto a sus padres, se afincó en la estancia «La Casualidad», en la localidad de La Niña, en el partido de 9 de Julio.
Primero, ingresó en la Escuela de Mecánica del Ejército, adquiriendo vasto conocimiento acerca de la mecánica militar. Al redescubrir su vocación a la enseñanza, ingresó en la Escuela Normal de Maestros, donde pudo graduarse con brillantes calificaciones.
Después de ejercer como maestro de grado, hacia 1922, le fue confiada la dirección de la Escuela nº 4, de 9 de Julio. Aquí puso en práctica su talento y la profesionalidad característica.
Era un docente de vanguardia, no sólo desde la aplicación de la didáctica y la pedagogía, sino además en la gestión directiva. Era progresista aún en la coordinación con los demás sectores  de la comunidad educativa. Procuró dotar a la escuela de los principales adelantos técnicos; e innovar, incorporando a la currícula otras áreas de importancia, de modo extraescolar.
Pues, «la educación debe ser integral, desenvolviendo simultáneamente las energías físicas, morales e intelectuales. Capacitar al hombre para la vida civil… Todo lo que él puede aprender, se le debe enseñar, sin poner límites a la cantidad ni a la calidad del aprendizaje»(1).
Inculcó a sus educandos los ideales de libertad y progreso. Les acercaba a la lectura de los grandes pensadores y filósofos. Tanto así que, fue inspiración suya el nombre de «Agustín Álvarez», para el club que fundaron algunos de sus antiguos alumnos.
Por entonces, también dictaba clases en la escuela nocturna para adultos.
A raíz de virulentas cuestiones internas en el seno de la Unión Cívica Radical, el profesor Cano debió soportar presiones que le exigieron, en 1928, hasta el injusto relevo; y, hasta un intento de traslado a una escuela rural de General Pueyrredón, que rehusó. Sabía, sin dudas, que para «seguir el derrotero de la dignidad, debe renunciarse a las cosas bastardas»; al punto, «todas tienen por precio una abdicación moral»(2).
Afiliado al Partido Socialista, pero admirado por elementos de todos los sectores políticos, fue candidato a algunos cargos importantes. Así, alejado en parte de la tarea educacionista, abrazó el periodismo.
Poseía un encumbrado sentido del deber. «Las fuerzas morales convergen al sentido del deber. La personalidad sólo es coherente y definida en quien llega a formularse deberes inflexibles, que impliquen un pacto rectilíneo con los mandatos de la dignidad»(3).
Cuando fue fundada la biblioteca del Club «Agustín Álvarez», Enrique Cano donó los primeros libros, Las obras completas del doctor Álvarez, una enciclopedia y otras ediciones menores.
Después de nuevas persecuciones, a raíz de sus notas esclarecedoras, debió alejarse del periodismo…. Dictó cátedras en el Colegio Cavallari y, luego, en la Escuela Nacional de Comercio.
A lo largo de su vida, ejemplar en todo sentido, integró las filas del Círculo de Periodistas de 9 de Julio, y la Asociación de Maestros. Participó en la fundación de la Federación Cultural de esta ciudad y presidió la Biblioteca Popular «José Ingenieros».
Enrique Cano falleció en La Plata, el 4 de agosto de 1970.

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ARTURO A. CANO
Arturo Arsenio Cano, hermano de Enrique, nació en el partido de 9 de Julio, en 1898.
Su ceguera, adquirida a los 14 años, por causa de la viruela, no le impidió adquirir una formación, llena de sapiencia. Eduardo N. De Risio, afirmó que «lo amábamos porque era demasiado humano y generoso, optimista y de alegre corazón, que curaba en triste mal metafísico de los introvertidos con su palabra cálida y retozona. Eso que estaba privado de la vista, aunque veía nítidamente con los ojos del alma».
Periodista sagas, su prosa era amena, y manejaba un acabado discurso periodístico. Solía disponer de un secretario, quien tomaba dictado de su notas. Su hermano Enrique, jamás editaba una noticia de relieve sin antes consultársela.
Era extremadamente bondadoso, no con a la manera de la lisonja superficial. Por el contrario, su bondad era honda. Desde luego, «la bondad no es norma, sino acción. Un acto bueno es moralidad viva… El que obra bien, traza un sendero que muchos pueden seguir»(4).
Durante varios años, dirigió la biblioteca que luego hubo llevado su nombre.
En 1963, el Diario  EL 9 DE JULIO, comentaba -respecto de Arturo Cano- que «desde hace 15 años viene realizando una labor fecunda y ejemplar, siendo el eje de la trascendencia de esta biblioteca. Hombre de sólida cultura, dotado de ese espíritu de maestro nato, cordial y modesto, los escolares […] lo encuentran con su invariable buena disposición cuando diariamente acuden a él en busca de la información o la orientación que necesitan».
Solía ejecutar el piano, y leía el alfabeto Braile. Aún se conservan algunos de sus libros, tal como el Evangelio de Lucas (The Gospel of St. Lucke), editado por la The British and Foreign Bible Society.
Arturo Cano, falleció en La Plata, el 3 de julio de 1970.
Así como su hermano, fue un hombre grande, en lo más excelso de la expresión… Una grandeza, que nacía en su humildad. Claro, en definitiva, «los grandes hombres constituyen un ejemplo porque, siendo idealistas, innovaron en su época y se anticiparon a las siguientes»(5).
Roberto B. Tarantino, en un poema que tituló «Muerte del hombre árbol», lo describió con elocuencia:

En la excelsa  grandeza de su mundo,
de su mundo de horizonte ilimitado,
proyectándose augusto
en la claridad de su visión profunda,
vivió
como vive el árbol,
como «hombre-árbol»,
enraizadas sus bases en la tierra,
jardín de las flores de su esencia.
Nutrido de savias generosas,
supo dar los fruto
de genuinos valores substanciales
que,  prestas,
recogieron fuentes de inquietudes.
Sus hojas,
dotadas de verdor inalterado,
iluminadas por brillantes soles
cumplieron  fotosíntesis
purificantes de viciados aires.
Sacudidas sus ramas
no pudieron tempestades
doblegar su enhiesto tronco,
manteniéndose erguido
hasta la sentencia inapelable
de la ley inclemente de Natura.
Murió
dejando en derredor,
como el árbol deshojado del invierno,
tristeza,
desolación,
vacío.
Su vasto follaje será
abono germinante
de simientes
que alentarán nuevas primaveras
en la suerte fecundante de la vida.

EL «RANCHO GRANDE», UN LUGAR PARA EL ENCUENTRO
La casa paterna de los hermanos Cano, era un lugar propicio para el encuentro. Ambos invitaban a una especial simpatía. «La simpatía es un secreto ritmo que pone en comunión los sentimientos, sin causa perceptible… Es confianza de ser comprendido; es deseo de serlo… [Es] entregar[se] en alguna medida, sin temor a la deslealtad o la traición»(6).
Emplazada en el 262 de Catamarca (hoy Ramón N. Poratti), entre Robbio y Mendoza, era el escenario de numerosas tertulias y pláticas amistosas. En torno «al mate» o «al asado», se debatían interesantes temas de actualidad. Allí se congregaron, en distintas épocas, José Ticera, Adolfo Di Marco, Antonio Aita, Armando Torelli, Iris e Hilda Amerio De Miguel, Roberto B. Tarantino, Gerardo García, Eduardo y Alberto De Risio, y Jesús A. Blanco.

EL GRAFICO
A raíz de su alejamiento de la docencia, el profesor Enrique Cano fundo el periódico «El Gráfico»,en abril de 1928. Mientras que este ocupaba la dirección, su hermano Arturo, se encargaba de la secretaría de redacción.
Aparecía bisemanalmente, impreso en las instalaciones de la esquina de Mitre y San Juan, donde funcionaba también la redacción. Con notas de riguroso contenido, este medio de prensa, fue una verdadera escuela para muchos… Sus maestros, naturalmente, Enrique y Arturo Cano.
A raíz de las fuertes tensiones políticas, y las persecuciones a la libertad de prensa, debieron hacer frente de implacables censuras… En «El Grafico», sobresalía, por encima de muchas otras virtudes posibles, el categórico amor a la verdad.
«El amor a la verdad, culmina entre las fuerzas morales… Amar la verdad es contribuir a la elevación del mundo moral… En todos los tiempos y lugares, el que expresa su verdad en vos alta, como la cree, lealmente, causa inquietud entre los que viven a la sombra de intereses creados. Pero aunque a toda hora le acechen la intriga y la venganza, el que ama su verdad no la calla; el hombre digno prefiere morir una sola vez, llevando incólume su tesoro»(7).
Hacia enero de 1944, después de ser clausurado «El Grafico», los hermanos Cano fundaron «El Artesano». Esta vez, la dirección estaba a cargo de Arturo… No debió transcurrir mucho tiempo, para que este fuera también cerrado.

PALABRAS FINALES
Un año después, de su muerte, los hermanos Enrique y Arturo Cano eran honrados… La ciudad a la que tanto habían dado, les rendía tributo. Una de sus calles, habría de ostentar sus nombres; y una biblioteca, el de aquel venerable hombre, que no necesitó de la visión física para ver la plenitud de la vida.
La vida, tanto en Arturo como Enrique Cano, no les fue favorable en la fortuna material. La riqueza en ambos tenía un carácter espiritual y profundamente humano. Sus legados nada tiene que ver con los triunfos supérfluos o con las banalidades que tantas veces afectan a la sociedad de nuestro tiempo.
Arturo y Enrique Cano son dos figuras tutelares que, desde el pasado, nos siguen enseñando que, lo esencia en la vida no siempre es tangible y mensurable.
NOTAS
(1) JOSÉ INGENIEROS, «Las fuerzas morales», Buenos Aires, Santiago Rueda-editor, 1954, p. 115.
(2) Ibidem, p. 67.
(3) Ibidem, p. 68.
(4) Ibidem, p. 88.
(5) Ibidem, p. 111.
(6) Ibidem, p. 37.
(7) Ibidem, p. 99-103.

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