Felipe Menéndez

FELIPE-MENENDEZEl gran inventor nuevejuliense
* Fue uno de los hombres más ingeniosos con que contó 9 de Julio.
* Sus importantes inventos se difundieron a lo largo de todo el país, incluso sobrepasando las fronteras.
* Preocupado por la extensión de las artes, fue mecenas de varios emprendi- mientos culturales.
* Uno de los trazos característicos de su personalidad fue la simpatía. Ser humano excepcional, tan cordial como talentoso.

No está del todo lejano el momento en que estudios historiográficos procuren reseñar la evolución de la tecnología en 9 de Julio. Cuando estos se acometan, un nombre característico habrá de sobresalir… el de don Felipe Menéndez Peña. Un ingenioso inventor y técnico, que dejó un testimonio trascendental, a partir de varias décadas dedicadas a profundizar en el conocimiento.
El mayor de ocho hermanos, seis varones y dos mujeres, había nacido en Casarejos -Castilla la Vieja- en 1902. Su padre, Faustino Menéndez Suárez era asturiano, oriundo de Villar de Bello, en el municipio de Yaneras; y su madre, natural de Casarejos.
Contaba alrededor de seis años cuando, junto a sus padres y una abuela, arribó a la República Argentina, a bordo de un buque de bandera británica.
Al principio, se afincaron en Lomas de Zamora, donde su padre trabajó por lapso de seis meses empleado en el ferrocarril; pues, en su tierra natal había trabajando como minero y poseía bastante experiencia.
Más tarde fijaron su domicilio en la zona rural de Carlos María Naón, en una chacra distante siete kilómetros.
Era, aquella, una época de trabajo y dedicación a las tareas rurales que, Felipe, supo asumir con responsabilidad.

UN AUTODIDACTA

Si bien Felipe Menén- dez no cursó estudios universitarios, recibió la formación de algunos maestros particulares; pero, fundamentalmente, adquirió amplísimos conocimientos en tantas disciplinas como le fue posible, por sus propios medios.
Siendo joven viajaba a Bragado a caballo para estudiar junto con un profesor particular. Aquel era farmacéutico y, en aquellos años, ya pronosticaba las consecuencias que podrían sucederse cuando el hombre conquistara  la física nuclear.
Menéndez fue el sabio por excelencia: no sólo dominaba la física y la química con mayor habilidad que cualquier graduado; poseía la facultad, reservada para unos pocos, de conjugar el saber con la praxis, en cada espacio de su vida.

menendez junto a su familia
Felipe, el tercero desde la izquierda, junto a sus padres y hermanos | Marzo 1933

UNA DELICADA PERSONALIDAD

Conservaba un espíritu delicado. La música fue una de las disciplinas en la cual pudo manifestarse. Primero estudió violín y ejecutaba hábilmente el clarinete; luego, sobrepasado los setenta años de edad, alcanzó dominio sobre el piano y la guitarra.
Poseía desarrolladas nociones acerca de la teoría musical; y era versado en la obra de Beethoven.
Además, ejerció el mecenazgo en actividades y manifestaciones culturales. Más aún, brindó protección al destacado pianista, de nivel mundial, Alfredo Kluc, quien vivió en su propio hogar.
En curioso, innegable- mente, la manera en que nuestro personaje conoció al reconocido artista: Menéndez solía tomar su desayuno en la Confitería “Alham- bra”. Cierta mañana, hacia mediados de la década de 1950, vio en un hombre –que se hallaba allí- un aspecto particular y exquisito, a punto tal que le invitó a desayunar con él. El extraño hombre aceptó el ofrecimiento y a partir de entonces trabó, con Menéndez, una insoluble amistad.  Kluc, no se presentó enseguida a su futuro mecenas como el genio musical que resultaba ser, sino como un afinador de pianos.
Este se encontraba en precaria situación financiera y recibió de Menén dez un apoyo importante en su labor artística.

EL INVENTOR
Felipe Menéndez pudo deslumbrar a muchos a partir de sus múltiples inventos y fabricaciones, conocidas mundialmente.  Poseía un taller en su domicilio de Corrientes entre Salta y San Martín, donde desplegó su vasta inteligencia en pos de proyectos importantes; demostrando siempre atención hacia quienes deseaban aprender el oficio cerca suyo.
Durante los últimos años de la Segunda Gran Guerra, y en los restantes de posguerra, diversos materiales de uso mecánico comenzaron a escasear. No resultó, esa realidad, un impedimento para Menéndez. Por el contrario, nada escapó a su genialidad y todo cuando era imprescindible no dudaba en fabricarlo.
Hacia 1947  comenzó la manufactura de los termostatos para heladeras, invento merecedor de abundantes elogios en el exterior. Tanto sus fuelles como los termostatos eran adquiridos por empresas de renombre; de hecho, su primer cliente fue la “General Motors”.
“Mercedes Benz”, casi  desde el momento en que inició su producción,  usó los termostatos ideados por Menéndez.
Hacia 1962, una nota periodística comentaba que: “para el mismo termostato se precisó un elemento de goma, el cual al no encontrarse con la calidad necesaria se tuvo que fabricar aquí y, así […] nació otra industria en la cual se fabrican moldes en cuestión, gomas que están a la par de los mejores y superan la fabricación japonesa que es una de las mejores del mundo”
El prestigio de Felipe Menéndez no tardó en extenderse por algunas naciones, las cuales no dudaron en ofrecerle tentadoras propuestas. Pero jamás trepidó en continuar sirviendo a la Argentina, el país que le había cobijado aún niño; y siempre se rehusó a emigrar.
La fórmula del caucho sintético resultó ser otro de sus descubrimientos. Cuando a nadie le era factible alcanzarse, Felipe Menéndez logró descifrarla sin limitación alguna.
Si ingreso a la empresa “Hilcor”, según explica otra nota periodística, le permitió “dedicarse con entera libertad a la dirección técnica y a la investigación”.

MULTIFACÉTICO

Quizá pocas hayan sido las áreas del conocimiento no exploradas por quien nos ocupa. Su afán estaba, sobre todo, ligado a una necesidad innata: arribar a la ciencia, al origen de las cosas. Pero, es indudable, logró superar el límite entre conocimiento y sapiencia: como lo hemos afirmado antes, más que un hombre inteligente, era un ser sabio.

PALABRAS FINALES

Felipe Menéndez dejó de existir el sábado 3 de marzo de 1990, cuando contaba 87 años de edad. Hasta los últimos momentos de su prolífica existencia continuó creando, trabajando y aprendiendo; siempre esbozando la simpática sonrisa que le fue exclusiva . Su agudeza intelectual de ningún modo le privó de ser humilde.
Algunos días después de su deceso, en su obituario, el Diario  EL 9 DE JULIO  escribió algunas palabras en su memoria. Los términos concluyentes de aquella nota bien pueden servir como epílogo de ésta:
“Don Felipe ya no está, se fue en silencio al mundo del silencio, pero deja un ejemplo que es de que, desde su situación de autodidacta […] supo capacitarse para alcanzar notables realizaciones”.

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