Historias de vida
* Vinieron a disposición del plan que Dios para cada uno de ellos y tuvieron a María como modelo y madre.
* Lucharon por la unidad entre hermanos y la lograron con su partida.
* Su recuerdo sigue vivo y su ejemplo latente.
En una nota periodística publicada en mayo de 1973 en el Diario EL 9 DE JULIO, el sacerdote Pedro Campas, se refería a los aspectos más salientes que caracterizaron la personalidad de Enrique Jorge Rodríguez y Roberto Horacio Conde. Del primero, recordaba “la atención que prodigaba a todo ser humano”; del segundo, su “sonrisa benévola que brotaba del fondo de su alma”.
“Éstos dos jóvenes vivían para los jóvenes a los que dedicadamente trataban de brindar una mano. Sembraban silenciosamente el bien donde podían. Nos ofrecían la revista ‘Ciudad nueva, llevado por la ilusión de hacer que nuestra ciudad fuera realmente nueva y creciente”.
En efecto, así fueron, en su paso por la vida, estos dos jóvenes que siguiendo un mismo ideal partieron juntos en presencia de ese Dios vivo que hechos tanto anunciaron.
El 25 de mayo de 1973, hace más de 45 años, fallecían en un accidente automovilístico dos jóvenes nuevejulienses: Roberto Conde y Enrique Rodríguez. En esos días, se realizaba un encuentro de dirigentes del Movimiento “Gen” (Generación Nueva), fundado por Chiara Lubich, proponiendo vivir la radicalidad del Evangelio como respuesta a las profundas exigencias de cambio que maduraban entre los jóvenes en todo el mundo.
Roberto y Enrique, dos seres maravillosos, que había comprendido tempranamente el mensaje de amor del Evangelio, se dirigía a ese encuentro cuando, en el accidente, hallaron la muerte.
Enrique Rodríguez estudiaba Ingeniería Mecánica en la ciudad de Olavarría, contaba veinte años; Roberto Conde trabajaba en 9 de Julio, estudiaba y contaba diecinueve.
EL MOVIMIENTO GEN
“¡Jóvenes de todos el mundo, únanse!”, es el llamamiento que Chiara Lubich en 1967 dirigió a los chicos y a los jóvenes que forman parte del Movimiento, proponiéndoles “Reunir al mayor número posible de jóvenes en el mundo y lanzar una gran revolución con el grito de ¡unámonos!”. “Una revolución de amor”, explicó, que tiene como objetivo la realización del testamento de Jesús: “que todos sean uno”. De la adhesión de miles de jóvenes de todo el mundo a este programa, surgió el Movimiento Gen: “generación nueva” del Movimiento de los Focolares.
Para el nuevo Movimiento, los jóvenes están llamados a “establecer una puesta en marcha indispensable y decisiva al cambio que la humanidad está afrontando, dándole la más alta dignidad: la de sentirse no sólo un conjunto de pueblos yuxtapuestos, a menudo en lucha entre sí, sino un solo pueblo”.
La exhortación de Chiara era notoria: “Vivimos en una época en al que es necesarioque los jóvenes se formen con una mentalidadque ya no sea sólo occidental, u orientalsino con una mentalidad “mundial”.
“Los gen -decía en 1972- deben entrar conscientemente en la gestación del mundo nuevo que tiene que llegar. Porque están llamados a traer la unidad a la tierra,aquella invocada por Cristo cuando rezó “Padre, que todos sean uno”.
Esa unidad que da a la humanidad la más alta dignidad:
la de sentirse un solo pueblo”.
La riqueza de este llamado, inundó los corazones de Enrique y de Roberto, haciendo que esa llama encuentre el abrigo para mantenerse encendida y ser anunciada.
EL RECUERDO VIVO
En diálogo con EL 9 DE JULIO, en ocasión de una entrevista periodística mantenida años atrás, Manuel Rodríguez, padre de Enrique, explicó que “Chiara Lubich quiso ayudar a la gente sufriente, durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial; ellos creyeron en ese amor superior a Dios”.
“Este Movimiento –añadió- se fue acrecentando, con su mensaje de dar amor al mundo, reemplazando el odio por el amor, viendo en cada persona a Jesús”.
“Roberto y Enrique fueron seguidores del Movimiento ‘Gen’, fundado por Chiara Lubich, asumieron un compromiso y fueron muy seguidores”, comenta Manuel Rodríguez, quien al mismo tiempo refiere que “Enrique egresó de la Escuela Técnica de Bragado y se dedicó muy de lleno al Movimiento ‘Gen’ y lo vivió con altura y con una gran intensidad”.
En una carta de monseñor José Tommasi, quien con el tiempo sería obispo de 9 de Julio y por entonces cura párroco en Olavarría, luego del fallecimiento de Enrique, escribió a sus padres: ‘Los compañeros de Enrique lo han sentido mucho, por haber perdido a un compañero que siempre sabía poner las cosas en su lugar, con una sonrisa, no exento de firmeza’”.
Roberto Conde abrazó, siendo adolescente, la intensidad de la vida en Cristo. Junto con Enrique había descubierto los miles de rostros en los que se presenta “Jesús Abandonado”. “Pini” Conde, hermana de Roberto, recordó, en ocasión de una entrevista mantenida con este Diario en 2013: “No nos dábamos cuenta de la magnitud de su trabajo hasta el momento en que partió. Vivió poco, pero con una gran intensidad”.
Para “Pini”, quien conoció a Roberto Conde desde la relación inmediata de una hermana de sangre, “él era la dulzura, siempre tenía la palabra oportuna y una sonrisa, siempre estaba feliz; Era muy colaborador, siempre se estaba ocupando de los demás”.
Vivía su fe de una manera comprometida. Tal como lo refería su hermana, “todos los día comulgaba, aunque no pudiera escuchar la misa; el padre Pedro le hacía leer la Palabra y comulgaba”.
“Roberto estudiaba en la Escuela nocturna, trabajaba y se repartía el tiempo necesario para ayudar a quien lo necesitaba. Viajaban con frecuencia a O’Higgins, a la Mariapolis”, rememoraba su hermana.
SU CORRESPONDENCIA
Afortunadamente, existe un rico epistolario entre Roberto Conde y Enrique Rodríguez. Sus cartas contiene una fuerza y una iluminación que excede su tiempo. Su mensaje es siempre actual. Aquí transcribimos dos de sus cartas, como un homenaje a estos dos jóvenes, que creyeron el amor y en una sociedad construida desde el bien.
“Olavarría, 26 de febrero de 1973.
“Querido Roberto:
“Esta mañana terminé de escribir la copia del discurso de Chiara que escuchamos en el curso, te lo envío ahora porque no sé si nos veremos en los próximos días.
“Hoy hace cinco días que volví a esta Olavarría que el Padre puso en mi camino. Al igual que el año pasado estoy viviendo en el Hogar Universitario, actualmente somos cinco. El clima de estudio es muy lindo; poco a poco se van reconstruyendo las relaciones entre nosotros que habían decaído, seguramente por el tiempo que dejamos de vernos.
“Hoy mientras escribía la copia del discurso de Chiara hubo una frase que se me grabó en al alma: Este año todos nos hemos propuesto, conocer primero, y después hacer conocer a todos los hombres, a María.
¿Que te parece? Aprovecho para ponerla en común con vos, así en la próxima carga me contás cómo te va. Yo creo que si llegamos a conocerla un poquito y comenzamos a hacerla conocer esto desencadenará la revolución que Chiara menciona al comienzo.
“Saludame a todos y a cada uno de los gen, Ahora me despido de vos…hasta muy pronto, tal vez. Pienso que si mis padres vuelven de su viaje a Neuquén el viernes, el domingo estaría yo por allá. Hasta siempre entonces. En el Ideal,
Enrique”.
“9 de Julio, 17 de abril de 1973.
“Querido Enrique:
“Se aproxima la Pascua, la fiesta por excelencia, la más bella del año, justamente, y mirá que paradoja porque es la más dolorosa. Me lo dije muchas veces durante este período y ahora que te escribo me lo repito: debo sufrir, debo amar este dolor, es la única manera de Vivir, de Gozar. Creo que la Pascua es otra Navidad, pero si es posible, más plena, si la Navidad es amor, la Pascua es doble amor.
“Pero qué mentalidad la nuestra, la mía, me resulta difícil comprenderlo y aceptarlo, pero estoy seguro, me llevará toda la vida comprenderlo y quizá sólo gracias a la misericordia del Padre lograré vivirlo en la otra vida.
“Durante este período, creo que si hago un balance el saldo, negativo, terminaría por asustarme. Cierto que es difícil amar, pero también es cierto que es lindo ser amado, y más aún por Dios. Mi alma se detiene en pequeñeces, diría yo, no trasciende, no va más allá. Todos los días debo como despegarla de las cosas pequeñas y no tengo las fuerzas, mi humanidad me pesa, me agobia, me obstruye, no me deja avanzar.
“Pero yo, ahora me pregunto ¿que hago para superarme, para lanzarme a amar a Dios? En este momento no sé qué decir, quizás tenga, o encuentre, muchas excusas que podrán o no tenerse en cuenta. ¡¿Pero yo, mi conciencia, se queda contenta con estas excusas?! ¡No! Y esto es para mí ‘Jesús abandonado’, esto es puro dolor; aprovecho de este momento para empezar. Siempre hay un momento para empezar ¿qué otro Dios te da esta posibilidad?
“Gracias por tu carta. Unidísimo. Saludos de Alfredo. Horacio y todos.
Roberto”.