Recopilación: Héctor José Iaconis.
El nombre de Eduardo Gutiérrez (1851-1889) está ligado el folletín “Juan Moreira”, que empezó a publicar en 1879. Las proyecciones de ese texto ocultan la percepción de una obra todavía desconocida. Jorge Luis Borges supo decir que «su prosa es de una incomparable trivialidad»; pero, sin dudas, hay mucho para redescubrir en su extensa literatura.
Quizá pocos saben que, siendo muy joven, Eduardo Gutiérrez recorrió 9 de Julio y, de hecho, vivió varios años en el Fuerte “General Paz” a pocos kilómetros del pueblo.
¿QUIEN FUE EDUARDO GUTIERREZ?
Eduardo Gutiérrez perteneció a una familia porteña, culta y acomodada, sobrino de Bartolomé Hidalgo, creador de «cielitos»; hermano de Ricardo, poeta gauchesco y luego prestigioso médico y cuñado de Estanislao del Campo, autor del «Fausto» criollo. Fue militar durante la década
de 1870 -donde obtuvo el grado de capitán- y a finales de ésta abandonó el ejército para convertirse en escritor y periodista. Opositor al gobierno de turno, su discurso de denuncia se refleja en sus escritos.
Hasta entonces, bajo la presidencia de Sarmiento, Adolfo Alsina era el ministro de guerra y se presentaba
como candidato del Autonomismo -del cual Gutiérrez era partidario-, pero decide bajar su candidatura y aliarse con Avellaneda formando el Partido Autonomista Nacional. Por esa cuestión Gutiérrez elige
apoyar al Partido Nacionalista de Bartolomé Mitre, aunque sigue bajo las órdenes de Alsina en el ejército
en la lucha contra los indios, hasta su abandono definitivo de las armas.
Su serie de novela popular con gauchos se inaugura con “Juan Moreira”, escrita entre fines de 1879 y principios de 1880.
Si bien por su edad, Gutiérrez cabría entre los intelectuales de la generación del ’80, no lo fue por su orientación y estilo. El permaneció fiel a los gauchos, lo que le valió, tal vez ser «un proscripto de una razonable gloria, siquiera menor», según afirmó León Benarós.
EN LA FRONTERA
“Croquis y siluetas militares”, el libro en el cual hace referencia a su paso por el Fuerte “General Paz”, ubicado en el Partido de 9 de Julio, fue publicado en 1886. Es un escrito memorialista que forma
parte de los relatos de guerra de fines del siglo XIX, sumado al conjunto testimonial formado por fotografías,
diarios personales, cartas privadas y artículos periodísticos. Es una especie de tributo a quienes fueron
sus compañeros de armas, destacando su bravura y heroicidad, aunque el relato no se regocija en el
sufrimiento de la guerra ni en la muerte del enemigo, sino que la lucha es el escenario para el anecdotario y
el recuerdo personal. Tanto croquis como silueta hacen referencia a un diseño sin demasiado detalle, al esbozo de un perfil, a la descripción de rasgos generales. El subtítulo especifica: “Escenas contemporáneas de nuestros campamentos”, es decir que el relato tiene la finalidad de dar un pan- tallazo de la vida en los fortines y la frontera en la década de 1870.
LA VIDA EN EL FORTIN
En 1874, después de desempeñarse en la Inspección de Milicias, se enroló como oficial y combatió contra el aborigen en la línea de frontera bonaerense, estableciéndose en el Fuerte “General Paz”. Desde allí, conoció 9 de Julio en los albores de su fundación.
Durante su experiencia militar conoció de cerca la vida y las miserias de la población rural, los abusos de las autoridades, que a los condenados por «vagos» o «malentretenidos» les daban a elegir entre ser peones en una estancia o servir en la frontera como soldados. El conocimiento de estos gauchos, sus historias de temeridad y aventura, de violencia y crimen, los volcará luego en sus novelas.
En su obra, Gutiárrez, describe la vida en los fortines cercanos a 9 de Julio. El hambre y la vida paupérrima son el elemento común a los soldados de línea. Las inclemencias del tiempo, la falta de ropay de cobijo en marchas a través del campo, la falta de pagos y la miseria general se suman al escenario de
la guerra. La idea de que la vida de las personas allí confinadas le pertenecía únicamente al estado y noa sus propios dueños.
Para Gutiérrez, la frontera era una trampa, salvo para el que buscara una verdadera vida de aventura.
Particularmente, en la obra del autor, la descripción de fuertes y fortines es escasa, porque de hecho no había mucho para relatar; las instalaciones militares se reducían en el mejor de los casos a un rancho escasamente techado para el cobijo de oficiales o -como lo detalla Gutiérrez en una de sus siluetas- a unas carretas o carretones que hacían de habitación. Para el resto de los soldados, ya fuera dentro del fuerte o en marchas a campo traviesa, era muy poco frecuente que contaran con el cobijo de una carpa: el cielo servía de techo o, si se tenía mejor suerte, algún monte en medio de la pampa.
Al referirse a la frontera, Gutiérrez se refiere a un lugar específico, es decir, un lugar distinto de los
toldos indígenas y de los pueblos de la campaña. Pero aún así la frontera no es ciudad ni campo, es frontera. La idea de línea remite a un plano, a la representación gráfica que se le asigna a la sucesión de fortines -más o menos equidistante-, que como puntos de apoyo en el plano sirven para el trazado de una línea imaginaria. En la realidad esa línea no existía y la frontera era un espacio permeable, plástico y ambiguo.
Pero aun Gutiérrez la considera algo distinto de una mera división entre dos entidades. La frontera es una realidad, aunque no pueda delimitarse físicamente y es tierra de aventuras y desventuras.
UNA CARTA A SU MADRE
Desde el Fuerte “General Paz”, Eduardo Gutiérrez escribe a su madre, el 30 de julio de 1874:
Madrecita querida: Todas las tardes, cuando las cornetas tocan a oración, yo me saco la gorra, la bendigo a usted, madrecita adorada y, a través de la distancia, yo la veo que usted me mira sontiéndose con esa sonrisa angelical cuando piensa en su hijo. Y entonces le pido su bendición y su perdón por los malos tratos que le he dado, para que Dios no me deje de su mano.
Su hijito que la adora. Eduardo.
Nos cuesta mucho imaginar al joven guerrero, serio, más para impedir que los lagrimones prontos a saltar le manchen en papel, greñudo, embarrado, al fin de una jornada de galopar en gresca con la salvajina, al caer la tarde,, alumbrado por un velón, pergeñando con su letra pequeña, nerviosa y clara esa epístola húmeda de saudades y ternura. Porque así fue Eduardo Gutiérrez, apasionado y sentimental.